jueves, 21 de marzo de 2013

Cuando a Azaña la muerte le rondaba.

"Nos llevó en su coche a ver a Azaña un diputado maurista por Soria...
Le encontramos rodeado de amigos personales y políticos que habían ido a instalarse en los alrededores. Pero yo me quedé espantado al verle...
Era otro hombre.
La muerte le rondaba.
Olvidé en un instante mis quejas contra su culpable debilidad en vista de la Guerra Civil y lo ingrato de nuestras entrevistas, en Valencia y allí mismo, para ver solo en Azaña al gran escritor, al mejor orador de la República; al hombre de talento bajo cuyas banderas había entrado yo en la vida pública, y con quien había coincidido muchas veces, al punto de haberme declarado más Azañista que de Izquierda Republicana; a la verdadera encarnación de un Régimen demasiado débil para luchar en dos frentes: contra los enemigos declarados de más allá de la barricada que le habían odiado con saña babosa y contra el energumenismo de muchos hombres republicanos que, ignorantes de la historia y de la geopolítica, hicieron creer a Largo Caballero que era el Lenin español y que podía pasarse de la que pudiéramos llamar Antiguo Régimen a la dictadura del proletariado, en un neurálgico lugar de Occidente y a mediados de la cuarta década del siglo, tras la crisis americana, con Hitler, Mussolini y Salazar al frente de Alemania, Italia y Portugal, y con la todavía fortísima Inglaterra gobernada por los conservadores.

El único pecado de Azaña había sido su flojera.
Su flojera frente a los enemigos de fuera y dentro de la República; frente a quienes rezaban una salve para que le asesinaran y a quienes le acusaban de burgués reaccionario.
Su falta de agallas para restaurar el orden público cayera quien cayera, en instantes en que aún era tiempo de salvar a España de la Guerra Civil, y para jugarse entero por la causa de la paz cuando aún era posible negociarla.
Y su falta de coraje para, en una y otra ocasión, tener la gallardía de arriesgarlo todo por la libertad, incluso la vida.
Pero, al reflexionar sobre su innegable responsabilidad, me pregunté a mi mismo si yo no hubiese fallado también...
Anecdotario político. Claudio Sanchez-Albornoz

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