lunes, 25 de marzo de 2013

En la Segunda República





Contra la voluntad de Besteiro, y nunca he sabido por voluntad de quien, se votó el artículo de la Constitución de 1931 “España es una República de trabajadores”.
La declaración que fue recibida con alarma por unos y con chunga por otros en España, no dejó de ser comentada allende los Pirineos.
Como entre nosotros, al principio la frase se consideró indicio de blochevización, pero luego, dio motivo a numerosas burlas cuando se conoció su inocuidad.


 
Azaña fue el hombre nuevo y la oratoria nueva”.
“En las Cortes destacó enseguida. Estaba propuesta la disolución de las Órdenes religiosas por el voto mayoritario de los partidos radical, socialista y radical socialista. Azaña era agnóstico. Habían sido disueltas siempre que la izquierda había gobernado España. El anticlericalismo en ésta tan cerril como el clericalismo.
Cuando Azaña se levantó a hablar le temblaban las manos, firmemente apoyadas en el pupitre del ‘Banco Azul’. Inteligente y valiente discurso. Las derechas todavía descargan su ira contra él y tergiversan su contenido. Sus palabras produjeron gran impacto en el Parlamento.
Los socialistas pidieron que se suspendiera el debate porque habían cambiado de opinión.
Fueron lamentables las frases de Baeza Medina que, en nombre de los radicales, se opuso al aplazamiento gritando: “pero ¿aquí venimos a discutir o votar?.
¡Triste y estúpido anticlericalismo, un movimiento pendular con la ancestral intolerancia clerical hispana!.
Nuestra taras históricas “obligaba a los rectores de la República a extremar sus medidas para salvar la paz religiosa de España. Y a sus enemigos a comprender los peligros que corrían instituciones a ellos muy caras de no favorecer, con una prudente actitud, la pervivencia o resurrección de la fe entre quienes estaban a punto de perderla o la habían ya perdido.
“Los hombres políticos de la República teníamos el deber de superar tales torpezas para asentar en España definitivamente un régimen de libertad y tolerancia”.

Cortes Constituyentes:
Albornoz, dice Ortega, tiene usted influencia sobre Azaña. Hay que apartarle de los peligros que le rodean. Puede llevar la República a buen puerto. Tiene talla de estadista pero es prisionero de un clima político erróneo. Puede cambiar la faz de España pero debe echar por la borda algunas simpatías e imponerse a muchos colegas ineptos. Ayúdeme cerca de Azaña. Podríamos colaborar en bien de nuestro pueblo y de nuestro Régimen enderezando sus rutas.
(…)
“Se engaña usted; no tengo influencia sobre Azaña. Le juzgo capaz de grandes empresas pero no está solo en el Gobierno, no siempre elige bien a sus amigos y yo no significo nada.
Pero intentaré moverle a una relación con usted, su palabra y su crédito pueden ser decisivos.

Luis Zulueta le cuenta:
“Me ha impresionado una conversación que acabo de tener con un periodista inglés muy inteligente y buen amigo de España”.
Me ha dicho
“España no está madura para la República. La conozco bien y no la quiero mal, como usted sabe.
La República ha venido además en una pésima coyuntura internacional y va a tener pocos amigos en Europa.
Le vaticino a usted diez años de revueltas y después un duro viraje a la derecha, a una derecha mucho más violenta que la Dictadura de Primo de Rivera.”
“Éramos pocos los que, como Zulueta, como su cuñado Besteiro, y como yo, pensábamos en los peligros que acechaban a la República. Para los más España era nuestra hasta el final de los tiempos”.

Dos diputados, situados muy lejos en el cuadrante político del momento, han pronunciado sendos discursos durante la discusión del proyecto de Reforma Agraria en las segundas Cortes de la República.
(…) Uno pertenecía al partido de Acción Republicana que presidía Azaña. Otro acababa de crear la Falange Española. Había aprobado éste parte de las ideas del otro.
Charla intrascendente entre ambos.
El primero le dice al segundo: “si continúa por el camino en el que le he visto avanzar esta tarde va a desilusionar a las derechas españolas que le siguen”.
“Albornoz –me replica-, lo sé y hasta he podido comprobarlo. Desde que he girado a la izquierda me han suprimido la subvención con que antes favorecían mis campañas”. Doy fe de la autenticidad de este diálogo y de estas palabras de José Antonio.



Como reacción contra la entrada de la CEDA en el Gobierno se produjo la revolución de octubre de 1934. La iniciaron los socialistas que dirigía Largo Caballero.
(…) La revolución de octubre me pareció un inmenso error. (…) Creo que de entonces arranca la crisis de la República. Pero sabía yo muy bien que la revuelta se había hecho en contra de la voluntad de Azaña. Delante de mí había intentado detener a los socialistas.
-Es un puro disparate lo que van hacer ustedes- les dijo.
Es usted un reaccionario y un pesimista. Contamos hasta con la Guardia Civil, le replicaron.
-La Guardia Civil les fusilará a ustedes si llega el caso.
(…)
Reitero hoy mi declaración para la Historia.

¡Idiotas, yo soy un burgués!.
En un vagón del expreso de Valencia íbamos al Mitin de Mestalla, Azaña, su mujer, Giral y yo.
La Revolución de Asturias y la brutal represión con que fue sofocada habían desarrollado un clima de violencia en España.
Debió conocerse nuestro viaje.
A las estaciones del camino salían masas campesinas.
Todos nos sorprendimos, sin embargo, de oirlas gritar puño en alto.
¡Muera la burguesía!
La escena se repitió más de dos veces. Pero en la tercera estación en que nos saludaron de tal forma, Azaña no pudo contenerse, levantó la ventanilla y replicó a sus gritos:
-Idiotas, yo soy un burgués!.
Y lo era. Hubiese sido un excelente Jefe de Gobierno de una república francesa a la francesa.
.

Negociaciones para constituir el Frente Popular. Largo Caballero afirmó sin rodeos:
-Después del triunfo, yo me reservo el derecho de hacer la revolución.
Ante estas palabras, Sánchez Román se apartó de la alianza, pero los otros jefes aceptaron y firmaron el acuerdo, sin informarnos a los soldados de fila.
Yo lo he sabido en el destierro.
Y así ganamos las elecciones, no sin sorpresa de muchos de un lado y otros de la barricada

Azaña pronunció un discurso pacificador desde el ministerio de la Gobernación. Estaba yo casualmente a su lado. Al concluir, me abrazó y me dijo:
-Albornoz, ahora a hacer republicanos.
Y hacía falta, pues era grande la fuerza de Largo Caballero y más grande el miedo de las clases conservadoras ante nuestro triunfo electoral que había traído como inmediata secuela la amnistía de los autores de las dos revoluciones de octubre; votada incluso por Gil Robles en la Diputación permanente de las Cortes, Diputación de la que los dos formábamos parte.
Y hacía falta hacer republicanos burgueses como se había declarado y era en verdad Azaña.

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