jueves, 2 de mayo de 2013

LA URSS Y LA GUERRA DE ESPAÑA, Manuel Azaña



De todos los temas relacionados con la guerra española, pocos o ninguno han dado tanto que hablar como la cooperación rusa en la defensa de la República.
El origen, los propósitos, la importancia de esa cooperación, sus efectos militares y políticos, han sido, tanto en España como en el resto de Europa, tergiversados por la propaganda y la polémica, desfigurados —en más o en menos— por la emoción de las partes contendientes.
Es cierto que la cooperación rusa ha despertado graves temores, por las consecuencias (irrealizables en muchos respectos), que pudiera traer para el porvenir del pueblo español.
También es cierto que despertó esperanzas alegres, primeramente, en un área de opinión muy extensa, para el resultado militar, y en segundo término, dentro de límites mucho más reducidos, en el terreno político.
Ambos puntos de vista —el del temor y el de la esperanza— eran, a mi parecer,  equivocados, por falta de conocimiento cabal de las cosas y por la peligrosa facilidad de  confundir con la realidad un sentimiento personal.
Frente a la presencia importante, decisiva, de las potencias totalitarias en España, era fatal que se levantase, como antítesis necesaria, la de la presencia soviética, y que se le achacasen un origen, un propósito, un resultado paralelos (aunque de signo contrario) a los de la intervención italo-alemana, sin pararse a averiguar el volumen exacto y las posibilidades de la cooperación rusa.
Así es siempre la polémica política, que ni en paz ni en guerra suele guardar miramientos con la verdad.
Es creíble que durante la guerra, habrá habido en la España «nacionalista»:
*.-  extremosos defensores de la colaboración armada italiana;
*.- otros, más tibios, que la hayan soportado;
*.- y algunos que la habrán mirado con antipatía y recelo.
El mismo fenómeno,  guardadas las proporciones, ha podido producirse en la España republicana, con esta diferencia: nunca ha habido un ejército ruso, grande ni chico, en el territorio de la República.
Nunca ha habido un pacto político, para el presente ni para el futuro, entre los gobiernos de la República y el de Moscú.
La posición internacional de España, en el caso de haber subsistido la República, no habría variado esencialmente respecto de lo que venía siendo antes de la guerra.
Estas tres circunstancias muestran los límites impuestos por la naturaleza misma de las cosas, no ya a las intenciones, sino a los medios de acción y los resultados posibles de la cooperación rusa. De otros límites hablaré más tarde.
*.- Había también en algunas zonas de opinión de la España republicana una actitud antirrusa en la cual participaban hombres políticos muy importantes, que gobernaban o habían gobernado la República.
Causa: la política absorbente del partido comunista en la política interior de la República.
Para algunas gentes, la URSS y el partido comunista español eran la misma cosa.
Es decir: se conducían como si estuvieran persuadidos de que la posición de la URSS ante el problema de España, incidente en un problema europeo más complejo, era igual a la del partido comunista español, que mirando forzosamente el problema desde Madrid o Barcelona, no podía verlo desde Moscú... ni desde Londres.
Parecían también persuadidos de que la URSS sería para la República española un escudo invulnerable, con el cual se podría contar indefinidamente y en cualquiera eventualidad. Una información más puntual les habría demostrado que tales cálculos fallaban por su base.
Admitamos que Alemania e Italia, empeñadas en ganar la guerra de España, habrían hecho para conseguirlo todos los esfuerzos imaginables. La recíproca no era cierta. Las potencias opuestas al bloque italo-alemán en Europa, y por consiguiente en España, consideraban que, en el juego europeo, la carta española era de segundo orden.
Por dar jaque a Italia y Alemania en España, no solamente nadie arrostraría un conflicto grave, pero ni siquiera una tensión  diplomática, ni un enfriamiento de las ententes ni de las amistades oficiales.

Esta situación alcanzaba también a la URSS.
Cuando alguna persona, razonablemente, trataba de explicar los motivos de esa situación, probando que no podía esperarse otra cosa, y que la ayuda rusa no podía hacer prodigios, algunos fanáticos se enfurecían, como si los insultaran.
Más que por fanatismo, por falta de instrucción.
La República española, dirigida en sus comienzos por un gobierno de coalición republicano-socialista, tardó dos años en reconocer de jure a la URSS. Hecho el reconocimiento en 1933, no se nombró embajador, ni se estableció ninguna otra relación política o diplomática.
Se intentó redactar un protocolo, que sirviese para prevenir las posibles actividades políticas de la URSS en España. Algún agente comercial ruso estuvo en España, examinando con el ministro de Hacienda las posibilidades de un convenio. Existía base para hacerlo, con ventaja de ambos países. No se llegó a nada, por las dificultades de concertar la forma y las garantías de pago.
Estuvo también en España una comisión de marinos rusos, que visitó algunos establecimientos industriales, que pudieran aceptar encargos de material naval.

El gobierno cayó en septiembre del 33, y las cosas quedaron en tal estado. Así continuaban en febrero de 1936, al constituirse un nuevo gobierno republicano, esta vez sin participación socialista.
Evidentemente, el reconocimiento hecho tres años antes, había de formalizarse, estableciéndose con la URSS relaciones normales. Los trámites se llevaron con tan poca prisa, que seis meses más tarde, al empezar la guerra, aún no se habían organizado las embajadas.
El primer embajador soviético llegó a Madrid a los dos meses de guerra.
Ninguna gestión se había hecho para ofrecer ni para buscar el apoyo ruso, en ninguna forma. En Moscú parecían tener acerca de la situación de la República, informes poco precisos, o más bien, equivocados, tal vez por haber creído demasiado a los optimistas. Dos únicas conversaciones tuve yo con el embajador soviético.
Por ellas vine a saber que en Moscú creían en el triunfo inmediato y fácil de la República.
Las observaciones del embajador debieron de convencerle de que no era así.
Las consecuencias, desastrosas para la República, de la no-intervención, sobre todo de la no-intervención unilateral, empezaban a dejarse sentir.
Los gobiernos que prohibían la exportación de armas y municiones para España, estaban estrictamente en su derecho.
También estaba en el suyo el gobierno español comprándolas donde se las quisieran vender. El embajador soviético, visitante asiduo del presidente del Consejo, ministro de la Guerra, mantuvo en el más riguroso secreto las intenciones de Moscú respecto de la venta de material de guerra, de suerte que el arribo de la primera expedición, fue casi una sorpresa.
Y durante todo el curso de la guerra, la afluencia de material comprado en la URSS ha sido siempre lenta, problemática y nunca suficiente para las necesidades del ejército.
La gran distancia, los riesgos de la navegación por el Mediterráneo, las barreras levantadas por la no-intervención, impedían, por de pronto, un abastecimiento regular.
Según mis noticias, en 1938, hubo un lapso de seis u ocho meses en que no entró en España ni un kilo de material ruso. Por otra parte, los pedidos del gobierno español, nunca eran atendidos en su totalidad; lejos de eso.
Más de una vez, el embajador de la República en Moscú, trasladó a su gobierno las recomendaciones del ruso para que se mejorase y aumentase la producción de material en España, reduciendo al mínimo la importación, que no era segura ni de duración indefinida. Por qué la industria española no llegó a un rendimiento suficiente, pertenece a otro lugar.
Resultado: en ningún momento de la campaña, el ejército republicano no solamente no ha tenido una dotación de material equilibrada con la del ejército enemigo, pero ni siquiera la dotación adecuada a su propia fuerza numérica.
En cuanto a los combatientes rusos en España, he leído en una publicación, al parecer respetable, que la defensa de Madrid corría a cargo de un ejército ruso de ocupación, cifrado en cien mil hombres.
En 1937, el presidente del Consejo de “entonces”, ciertamente poco inclinado a transigir con ninguna intromisión rusa, me hizo saber que el número de rusos presentes en España con diversas misiones, ascendía a 781.
Móviles de los gobiernos españoles que promovieron el aprovisionamiento de material en la URSS: suplir la carencia de otros mercados en Europa y América. Sin esa circunstancia, la URSS no habría tenido nada que hacer en la guerra de España.
Una situación tal, ha tenido consecuencias importantes. No fue la menor la impresión causada en la opinión popular española.
El espíritu público, naturalmente agnado por la guerra y su cortejo de horrores, estaba pronto a llevar sus simpatías allí donde encontrase, o le pareciese encontrar, un asomo de amistad y comprensión. No se le puede pedir a una masa que discurra como un hombre de Estado, ni que aprecie con exactitud la política exterior de otro país, lejano y desconocido. Es indudable que en la mayoría de los adeptos de la República hubo, temporalmente, un movimiento de gratitud hacia la URSS; gratitud que era la fase positiva de una profunda decepción. Ese movimiento cedió poco a poco, después con gran celeridad, lo mismo en los grupos políticos y en algunos de sus leaders, que en la masa general.
He aquí por qué: los comunistas españoles aprovecharon a fondo para su propaganda, aquella disposición del ánimo público. A juicio de personas expertas en política, conocedoras del país y de la situación dé Europa, la aprovecharon demasiado.
Un partido que en las elecciones de 1936 obtuvo el cuatro por ciento de los votos emitidos en toda la nación, creció durante la guerra, y a causa de ella, usando de todos los métodos de captación, entre ellos la influencia y la protección desde los ministerios que ocupaban.
Una identificación imposible entre los fines propios de la política exterior de Moscú y los fines peculiares del partido comunista español, servía para reforzar o cimentar aquella propaganda.
Como si detrás de cada personaje, más o menos embrujado por el prestigio moscovita, detrás de cada propagandista, detrás del partido estuvieran, y hubiesen de estar siempre el señor Litvinov, el ejército rojo, y los 180 millones de súbditos de la URSS.
El primero de los tres miembros de esa suposición, se ha realizado algunas veces, pero los otros dos eran desvarío. Con todo, en algunas conversiones al comunismo, muy sorprendentes, he podido apreciar que el resorte psicológico no era la revelación de una doctrina, sino un sentimiento de despecho e irritación.
El vago sentimiento rusófilo de que he hecho mención, se vio envuelto y contrariado por la oposición creciente a la política de partido de los comunistas. Es cierto que los comunistas españoles no se cansaban de repetir que no aspiraban a implantar el bolchevismo, que su adhesión a la República democrática era sincera, etcétera.
Informadores muy personales, que creo fidedignos, me aseguraban, viniendo de Moscú, que los dirigentes soviéticos estaban convencidos de que el comunismo en España era imposible, por motivos nacionales e internacionales.
Si en efecto lo creían así, daban muestras de buen sentido. Mas el partido comunista seguía la misma táctica que otros grupos políticos: ocupar  en el Estado para ser los más fuertes el día de la paz. Justo es decir que esa táctica no fue adoptada por los Republicanos, ni por la fracción del partido socialista que había permanecido fiel a su tradición democrática y «anticatastrófica».

La oposición a la política de partido de los comunistas fue creciendo entre todos los que no estaban sujetos a su disciplina.
Se vio reforzada por todo lo que era o aspiraba a ser oposición al gobierno, en el que los comunistas tenían dos o tres puestos, aunque los oponentes no hayan encontrado la ocasión o no hayan tenido los medios de manifestarse.
Tocante a los motivos de la política de Moscú en el problema de España, me abstengo de discurrir por conjeturas. Muy fino ha de ser quien pretenda conocer en su raíz última las decisiones de un gobierno que se rodea de tanto secreto. (Contraste notable con la locuacidad española; otros más profundos hay entre los dos pueblos, pese a quienes con ligereza pretenden asemejarlos.)

Preferir la explicación más complicada no es siempre lo más sagaz.
Todo el mundo conoce que los puntos de vista de la URSS en los problemas planteados en Europa por la política del Eje, han diferido de los de París y Londres.
Igualmente, y por los mismos motivos, han diferido en el asunto de España. El valor de España para la política internacional de la URSS no depende de que haya en la Península un régimen bolchevista, sino de que el gobierno español entre en el sistema de las potencias occidentales y refuerce el sistema, en lugar de disminuirlo o amenazarlo.
Los dirigentes de Moscú no podían desconocer, incluso por su propia experiencia, que el bolchevismo en España, lejos de reforzar las amistades franco-española y anglo-española; las habría puesto en entredicho.
Una España bolchevizada habría sido relegada internacionalmente, al lazareto, por todo el tiempo, que no habría sido mucho, que necesitaran las potencias circundantes para aniquilar ese régimen en la Península.
Según la tesis de Moscú, la descomposición de las amistades francesas en el oriente europeo, la política de intimidación del Eje, no contrarrestada por nadie, disminuían la personalidad internacional de Francia.
La empresa ítalo-alemana en España era una pieza principal de aquella política.

El hundimiento de la República menguaría la posición francesa en Occidente y en el Mediterráneo; menguando la posición de su aliada, menguaría también la posición de la URSS en Europa. La URSS apoyaba, en consecuencia, la causa de la República en el terreno diplomático. En el orden militar, el apoyo consistía esencialmente en lo que he dicho. Los límites de una y otra acción,  impuestos por la situación que entonces tenía la URSS en Europa, estaban más o menos a la vista.
En ningún caso podía ni quería tomar la URSS una actitud intransigente que originase decisiones peligrosas. Las discusiones de Ginebra y del Comité de No-Intervención lo prueban. Menos aún ha entrado en los cálculos de la URSS comprometerse seriamente en España. La guerra española ha sido en todo momento para la URSS una «baza menor».
Creo saber que un personaje del Kremlin llegó a admitir la sospecha de que alguien en Europa hubiera visto con gusto que la URSS se metiera a fondo en España, esperando que así se debilitara.
Desconozco el fundamento de la sospecha.
El solo hecho de admitirla y de prevenirse contra ella llevaba implícito el propósito, confirmado por los hechos, de no arriesgar  directamente en la causa de España ningún atout (diplomático o militar) de verdadera importancia. Piénsese como se quiera de todo ello, las cosas ocurrieron, en los puntos que he tocado, como queda dicho y no de otra manera.

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