viernes, 17 de mayo de 2013

¿Cómo pudo ocurrir?


¿Cómo pudo ocurrir?*
Julián Marías
Pero para mí persiste un interrogante que me atormentó desde el comienzo mismo de la guerra civil, cuando empecé a padecerla, recién cumplidos los veintidós años: ¿cómo pudo ocurrir?

A mediados de julio de 1936 se desencadenó en España una guerra civil que duró hasta el 1 de abril de 1939, cuyo espíritu y consecuencias habían de prolongarse durante muchos años más.
Este es el gran suceso dramático de la historia de España en el siglo XX, cuya gravitación ha sido inmensa durante cuatro decenios, que no está enteramente liquidado.
Hay que añadir que apasionó al mundo como ningún otro acontecimiento comparable. La bibliografía sobre la guerra civil española es sólo un indicio de la conmoción que causó en Europa y América.
Ese apasionamiento, y la perduración de sus consecuencias interiores y exteriores, ha perturbado su comprensión: el partidismo, directo o en forma de simpatía o antipatía -el «tomar partido» desde fuera-, ha desfigurado constantemente la realidad de la guerra y su desarrollo; últimamente se va abriendo camino una investigación más documentada y veraz, y empiezan a aclararse muchos cosas: nos vamos aproximando a saber qué pasó.
Pero para mí persiste una interrogante que me atormentó desde el comienzo mismo de la guerra civil, cuando empecé a padecerla, recién cumplidos los veintidós años: ¿cómo pudo ocurrir?
Que algo sea cierto no quiere decir que fuese verosímil. Sabemos que esa guerra sucedió, con los rasgos que se van dibujando con suficiente precisión; pero queda en pie el hecho enorme de que muy pocos años antes era enteramente imprevisible, que a nadie se le hubiera pasado por la cabeza, incluso después de proclamada la República, que España pudiese dividirse en una guerra interior y destrozarse implacablemente durante tres años, y adoptar ese esquema de interpretación de sí misma durante varios decenios más.
¿Cómo fue posible?
Alguna vez he recordado que mi primer comentario, cuando vi que se trataba de una guerra civil y no otra cosa -golpe de Estado, pronunciamiento, insurrección, etc.-, fue este: ¡Señor, qué exageración!.
Me parecía, y me ha parecido siempre, algo desmesurado por comparación con sus motivos, con lo que se ventilaba, con los beneficios que nadie podía esperar.
En otras palabras, una anormalidad social, que había de resultar una anormalidad histórica.
De ahí mi hostilidad primaria contra la guerra, mi evidencia de que ella era el primer enemigo, mucho más que cualquiera de los beligerantes; y entre ellos, naturalmente, me parecía más culpable el que la había decidido y desencadenado, el que en definitiva la había querido, aunque ello no eximiese enteramente de culpas al que la había disimulado y provocado, al que tal vez, en el fondo, la había deseado.
Y, por supuesto, mi repulsa iba, dentro de cada bando, a aquellas fracciones que habían contribuido más a que se llegase a la guerra, a las que eran sus principales promotoras, a las que la aprovecharon y mantuvieron -en la victoria o en la derrota- su continuación en una u otra forma.
Sólo así quedaría la guerra radicalmente curada, quiero decir en su raíz, y no habría peligro de recaídas en un proceso análogo: únicamente esa claridad, difícil de conseguir, podría convertir en vacuna para el futuro aquella atroz dolencia que sacudió el cuerpo social de España.
Habría que preguntarse desde cuándo empieza a deslizarse en la mente de los españoles la idea de la radical discordia que condujo a la guerra.
Y entiendo por discordia no la discrepancia, ni el enfrentamiento, ni siquiera la lucha, sino la voluntad de no convivir, la consideración del «otro» como inaceptable, intolerable, insoportable.
 
La única manera de que la guerra civil quede absolutamente superada es que sea plenamente entendida, que se vea cómo y por qué llegó a producirse, que se tenga clara conciencia del proceso por el cual se produjo esa anormalidad social que desvió nuestra trayectoria histórica.


He aquí los factores que explican la incivil guerra, a juicio de Julián Marías:
Frivolidad:
«La guerra fue consecuencia de una ingente frivolidad. Ésta me parece la palabra decisiva. Los políticos españoles, apenas sin excepción, la mayor parte de las figuras representativas de la Iglesia, un número crecidísimo de los que se consideraban «intelectuales» (y desde luego de los periodistas), la mayoría de los económicamente poderosos (banqueros, empresarios, grandes propietarios), los dirigentes de sindicatos, se dedicaron a jugar con las materias más graves, sin el menor sentido de responsabilidad, sin imaginar las consecuencias de lo que hacían, decían u omitían».
«La lectura de periódicos escalofría por su falta de sentido de la realidad»

Irrealidad:
«La lectura de los periódicos, de algunas revistas "teóricas", reducidas a mera política, de las sesiones de las Cortes, de pastorales y proclamas de huelga, escalofría por su falta de sentido de la realidad, por su incapacidad de tener en cuenta a los demás, ni siquiera como enemigos reales, no como etiquetas abstractas o mascarones de proa».

Pereza:
«Decisivo para explicar la ruptura de la convivencia y finalmente la guerra civil. Pereza, sobre todo, para pensar, para buscar soluciones inteligentes a los problemas; para imaginar a los demás, ponerse en su punto de vista, comprender su parte de razón o sus temores».

Aislamiento:
 «Comienza a perderse el respeto a la vida humana. Ese período generacional, que se extiende hasta 1946, es una de las más atroces concentraciones de violencia de la historia, y en ese marco hay que entender la guerra civil española».
«Durante la República no se llegó a aceptar las reglas de la democracia»

República:
«Los años de la República estuvieron dominados por la falta de imaginación, la incapacidad de prever, de anticipar las consecuencias, de proyectar un poco lejos. No se llegó a aceptar las reglas de la democracia, se declaró una vez y otra –por la derecha y por la izquierda– que sólo se aceptaban sus resultados si eran favorables; unos y otros estuvieron dispuestos a enmendar por la fuerza la decisión de las urnas, sin darse cuenta de que eso destruía toda posibilidad política normal y anulaba la gran virtud de la democracia: la de rectificarse a sí misma...»

Irresponsabilidad: «Fue la insurrección del Partido Socialista en octubre de 1934, aprovechada por los catalanistas, que llevó a la destrucción de una democracia eficaz y del concepto mismo de autonomía regional. Se negó entonces la validez del sufragio, la Constitución y el Estatuto de Cataluña –parte de la estructura jurídica de la República española–, todo en una pieza. La democracia quedó herida de muerte».

Egoísmo:
«Los gobiernos prefirieron dedicarse a restablecer egoístamente pequeñas ventajas económicas para sus clientelas, con asombrosa insolidaridad y miopía, que llevaron a la disolución de Cortes, las elecciones de febrero de 1936, el triunfo en ellas del Frente Popular y, poco después, la guerra civil».
«Muchos españoles quisieron identificar al "otro" con el mal»

Locura:
«¿Los políticos, los partidos, los votantes querían la guerra civil? «Creo que no, que casi nadie español la quiso. Entonces, ¿cómo fue posible? Lo grave es que muchos españoles quisieron lo que resultó ser una guerra civil. Quisieron: a) Dividir al país en dos bandos. b) Identificar al «otro» con el mal. c) No tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz. d) Eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario). Se dirá que esto es una locura...Efectivamente, lo era (y no faltaron los que se dieron cuenta entonces, y a pesar de mi mucha juventud, puedo contarme en su número). Si trasladamos esto a la vida colectiva, encontramos la posibilidad de la locura colectiva o social, de la locura histórica».

Raciocinio viciado:
«De ahí la necesidad de un pensamiento alerta, capaz de descubrir las manipulaciones, los sofismas, especialmente los que no consisten en un raciocinio falaz, sino en viciar todo raciocinio de antemano».

¿Y los intelectuales?:
«La función política que puede esperarse de los intelectuales es que sean intelectuales y no políticos, que se ajusten a los deberes de su gremio y adviertan al país cuándo no se hace. ¿Faltó esto en los años que precedieron a la guerra civil? ¿No era una época en que los intelectuales gozaban de gran prestigio, no había entre ellos unos cuantos eminentes y de absoluta probidad intelectual? Ciertamente los había; pero encontraron demasiadas dificultades, se les opuso una espesa cortina de resistencia o difamación, funcionó el partidismo para oírlos "como quien oye llover..."
El pueblo entró en el sonambulismo y marchó, indefenso y fanatizado, a su perdición»

Fanatismo y sonambulismo:
«Llegó un momento en que una parte demasiado grande del pueblo español decidió no escuchar, con lo cual entró en el sonambulismo y marchó, indefenso o fanatizado, a su perdición. Tengo la sospecha –la tuve desde entonces– de que los intelectuales responsables se desalentaron demasiado pronto. ¿Demasiado pronto –se dirá–, con todo lo que resistieron? Sí, porque siempre es demasiado pronto para ceder y abandonar el campo a los que no tienen razón».

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