domingo, 9 de junio de 2013

«Esto no es una democracia, es una oligarquía mandada por los gabinetes de los partidos»



ESPAÑA, UNA OLIGARQUÍA MANDADA POR LOS GABINETES DE LOS PARTIDOS
Artículo de Luis María Anson publicado en El Mundo
“A lo largo de mi dilatada vida profesional he conocido a muy pocos políticos tan capaces como Alfonso Osorio, tan serios, tan responsables, tan honrados, tan equilibrados, de tan rigurosa formación jurídica. Fue un impecable vicepresidente del Gobierno y los aciertos de la Transición, en parte sustancial, a él se deben.
Entrevistado por la periodista Victoria Prego, ha hurgado en las llagas que supuran en el cuerpo político español.
“Entre los hombres que estaban en el segundo Gobierno, salvo Marcelino Oreja, -afirma Alfonso Osorio- creo que ninguno de ellos entendía para nada cuál era el problema catalán y el problema vasco, que eran los que realmente existían.
Y, como querían diluir las ambiciones nacionalistas de catalanes y vascos y no sabían cómo hacerlo, al señor Clavero Arévalo, que Dios perdone, se le ocurrió lo del “café para todos” y el Gobierno lo aceptó.
Y fue un solemne disparate”.
Calla piadosamente Alfonso Osorio que él se opuso a la creación de esos 17 Estados de pitiminí que despilfarran el dinero público y fragilizan la unidad de la nación española, pero Adolfo Suárez y Fernando Abril pensaron que se trataba de una idea sagaz y apoyaron la fórmula de Clavero Arévalo.

“Al diputado español -asegura Osorio- el electorado le importa un bledo, el que le importa es el mandamás de su partido”.
La política no gira en torno al interés general sino en torno a los intereses de los partidos.
Por ejemplo, no se han suprimido los “miles de empresas públicas y oficinas que no sirven para nada, porque los que están instalados en esas empresas son los militantes de los partidos, y es mejor mantener en el puesto al militante del PSOE o del PP, que al obrero que trabaja en la fábrica, que ése se va al paro.
Se dijo que se iban a cortar los excesos, que se iban a suprimir esas empresas.
No se ha suprimido ni una.
Ni creo que, mientras sigan las cosas así, se vayan a suprimir… porque, al paro, a nuestros militantes no se les echa”.
El análisis de estas realidades le permite a Alfonso Osorio denunciar al presidente del Gobierno: “Rajoy llegó al poder prometiendo una regeneración democrática y no se ve ni por el forro que vaya a hacerse”.
Coincide así Alfonso Osorio con Pedro J. Ramírez que escribió en su artículo dominical: “Rajoy lleva camino de convertirse no en un gobernante al servicio de los ciudadanos, sino en la personificación de una clase política insaciable y de un Estado sobredimensionado cuyo peso impide el despegue del caldero”.

Propugna el que fue vicepresidente de la Transición una profunda regeneración democrática que nos equipare a países como Estados Unidos porque lo nuestro, según Osorio “no es una democracia, es una oligarquía mandada por los gabinetes de los partidos”.
Abre, en fin, el gran político un horizonte de esperanza: “El Rey tiene, en la Constitución y en su propia historia, fuerza más que suficiente para marcar el camino”. No estaría de más que Mariano Rajoy, aparte de recrearse aromado por el incienso que todos los días queman en su loor Soraya y María Dolores agitando el botafumeiro de Moncloa, se molestase en conversar un par de horas con Alfonso Osorio para aprender un poco de la moderación y la prudencia, de la dilatada experiencia de este político excepcional”.
Luis María ANSON de la Real Academia Española




ENTREVISTA a Alfonso Osorio: «Esto no es una democracia, es una oligarquía mandada por los gabinetes de los partidos»
El Mundo.

«Esto no es una democracia, es una oligarquía mandada por los gabinetes de los partidos»


POR VICTORIA PREGO
26/05/2013 ESPAÑA
«Esto no es una democracia, es una oligarquía mandada por los gabinetes de los partidos»

Pregunta.–¿Los gobiernos de UCD cometieron errores que estemos pagando hoy?
Como un tornado, la entrevista a José María Aznar sigue barriendo en todos los informativos y tertulias.
Respuesta.– Desde luego. El primero que cometió un error gravísimo fue mi Gobierno, el que hizo la Transición.
Ese error garrafal fue haber aceptado las listas cerradas y bloqueadas en la Ley Electoral.
Maurice Faure, diputado socialista y amigo mío, me repitió hasta la saciedad que no aceptáramos eso porque, si lo hacíamos, aunque fuese sólo para las primeras elecciones, los partidos no dejarían nunca, jamás, de utilizar ese procedimiento.
Y que nos arriesgábamos a convertir una democracia que podía ser modélica en una democracia manipulada y sometida a las oligarquías de los partidos.

P.– ¿Y por qué lo hicieron?
R.– Yo se lo planteé a Adolfo y también lo hice en el Consejo de Ministros. Pero creo, aunque no lo sé con seguridad, que Suárez lo había pactado ya con Felipe González, quizá incluso con Carrillo, aunque solamente para las primeras elecciones.
Pero es que, además, me encontré con que Landelino Lavilla, ponente de esa materia en el Consejo de Ministros, estaba también obsesionado a favor de esa fórmula.
Total, que perdí la batalla y se hicieron las listas cerradas y bloqueadas.
Las consecuencias están aquí.

P.–¿Cuáles han sido?
R.–Pues que no estamos en un sistema democrático.
Estamos en un sistema oligárquico en el que mandan los gabinetes de los partidos políticos.
Ellos deciden quién puede o no puede intervenir en el Parlamento (y es triste decirlo, pero había más libertad para hablar en las Cortes de Franco que en el Parlamento actual).
Ellos deciden quiénes tienen que ser los jueces, quién tiene que pertenecer al Consejo del Poder Judicial, quién tiene que entrar en el Tribunal Constitucional. Ése fue el primer gran error. Luego hubo más.


P.–Se ha incumplido el compromiso.
R.–Naturalmente.
En la disposición transitoria de la Ley Electoral [1977] se especificaba que el sistema era válido sólo para las primeras elecciones.
Pero cuando llegó el momento de adaptar la Ley Electoral a la nueva situación política [1985], allí seguían las listas cerradas y bloqueadas.

P.– ¿Cree que es necesario modificar cuanto antes ese sistema?
R.–El otro día escuchaba a un diputado decir que había que procurar por todos los medios que los parlamentarios se acercasen a los electores. ¡Pero cómo se van a acercar a los electores, si a quien se quieren acercar es a los mandamases de sus partidos! Recuerdo que un día en el Parlamento, estábamos Fernando Suárez y yo. En ese momento entró Fraga, y Fernando se levantó y me dijo: «Perdona, Alfonso, que voy a saludar a mi electorado». ¡Y tenía toda la razón! A un diputado, el electorado le importa un bledo. Y eso explica que al electorado también le empiecen a importar un bledo los diputados, que no le representan.

GRUPOS DE PODER
P.– ¿Qué efectos cree que tiene esto para el país?
R.–Desde el punto de vista democrático, tiene el efecto de que, en vez de gobernar el Gobierno, juzgar los jueces y arbitrar el Rey, los que de verdad mandan en el país, son los grupúsculos que dirigen los partidos. Eso no es una democracia, insisto. Es una oligarquía.

P.–¿Y qué podemos hacer?
R.– Si tenemos dos dedos de frente y un poco de sentido común, tenemos que corregir esto rápidamente porque ya se está empezando a ver que el pueblo español no está en absoluto dispuesto a seguir mucho tiempo más por este camino.

P.–¿Ve usted alguna posibilidad de que se haga ese cambio?
R.–Si los líderes de los partidos políticos son verdaderamente patriotas, tendrían que hacerlo ya. Y a toda velocidad.
Pero Aznar llegó al poder ofreciendo una regeneración democrática, gobernó ocho años y no la hizo.
Rajoy ha llegado al poder hablando de regeneración democrática y ni se ve por el forro que pretenda hacer semejante cosa.
Igual pasa con Rubalcaba o con Cayo Lara. No quieren una democracia auténtica, quieren mandar. Lo que quieren es el poder, no la democracia.

P.–Eso que dice es muy grave.
R.–Gravísimo. Deberíamos tomar ejemplo de EEUU, que es una auténtica democracia. Allí los partidos políticos son máquinas electorales que prácticamente se disuelven durante el mandato de los elegidos, y que vuelven a ponerse en marcha en el momento de las elecciones. En Inglaterra pasa algo parecido. Los partidos no son máquinas de poder como las que existen en España.

P.–¿Como nosotros no hay nadie en las democracias avanzadas?
R.– Italia. El único ejemplo parecido al nuestro es Italia. ¡Y a Italia era a la que no teníamos que parecernos por nada del mundo! Nos podíamos parecer a Francia, a Holanda, a Alemania, democracias basadas en sistemas proporcionales, corregidos, pero proporcionales. Los sistemas mayoritarios también funcionan muy bien: hacen que el elegido tenga que estar en contacto con sus electores porque, si no lo está, pues no es reelegido.

P.– ¿Quiere eso decir que nuestra democracia está contaminada?
R.–Está corrompida como consecuencia del sistema de listas cerradas y bloqueadas. Y ahora sí que necesitamos urgentemente una regeneración democrática.
P.–¿Ve quién pueda liderarla?
R.– Hay en España muchas personas, de uno y otro lado, muy capacitadas y preparadas. Pero, desgraciadamente, entre los líderes actuales no veo a ninguno capaz de hacerlo.
  
>CAFÉ PARA TODOS
P.–¿Cuál fue el segundo error de UCD?
R.- El sistema de las autonomías.
Entre los hombres que estaban en el segundo Gobierno, salvo Marcelino Oreja, creo que ninguno de ellos entendían para nada cuál era el problema catalán y el problema vasco, que eran los que realmente existían.
Y, como querían diluir las ambiciones nacionalistas de catalanes y vascos y no sabían cómo hacerlo, al señor Clavero Arévalo, que Dios perdone, se le ocurrió lo del «café para todos», y el Gobierno lo aceptó. ¡Y fue un solemne disparate!

P.–¿Qué habría que haber hecho?
R.–Una descentralización bien pensada y bien hecha. Era una magnífica idea. Pero 17 parlamentos, 17 gobiernos, reproduciendo la organización del Estado, es un disparate monumental que hay que corregir.

P.–¿Cómo pudo tener tanto éxito la iniciativa del ministro de Cultura?
R.–Porque previamente no se tomaron las medidas que algunos propusimos: que el Rey fuera a Guernica para devolver los conciertos económicos a Vizcaya y a Guipúzcoa, lo cual hubiese sido un gran éxito.

P.–¿Usted propuso que el Rey acudiera al País Vasco a devolver los conciertos económicos?
R.–Lo propuse y bastantes me apoyaron. Pero se opuso Torcuato Fernández Miranda, que convenció a Adolfo de que no lo hiciese.
También propuse que Tarradellas viniese a España y se restableciera la Generalitat antes de las elecciones.
De ese modo, ya desde un principio y antes de la Constitución, habría quedado marcado que ésos eran los dos problemas territoriales que había que resolver en España.
Pero no me hicieron caso.
Y ese error lo estamos pagando.

P.– También en términos económicos, dice usted.
R.– ¡Es que es una ruina!.
Ahora se habla de los ajustes del Gobierno. No los critico.
Bien está la reforma laboral, aunque con más cuidado.
Bien está la subida de impuestos, aunque más moderada.
Pero donde había que haber metido la tijera es en las Autonomías, en la reforma de la Administración, en la supresión de miles de empresas públicas y oficinas que no sirven para nada.

P.– ¿Por qué no se ha hecho?
R.– Porque los que están instalados en esas empresas son los militantes de los partidos, y es mejor mantener en el puesto al militante del PSOE o al del PP, que al obrero que trabaja en la fábrica, que ése se va al paro.
Se dijo que se iban a cortar los excesos, que se iban a suprimir esas empresas.
¡No se ha suprimido ni una!
Ni creo que, mientras sigan las cosas así, se vayan a suprimir.
¿Sabe por qué?
Porque, al paro, a nuestros militantes no se les echa.

P.– Luego está el aspecto político. La unidad de España está cuestionada.
R.– Yo he sido siempre, y lo sigo siendo, muy defensor de la singularidad de Cataluña. Pero que el señor Mas se nos suba a las barbas a todos los españoles diciendo que «España nos roba», cuando sabe que es mentira, es inadmisible.
Mas tiene la desvergüenza, mientras está organizando un intento de secesión, de decirle a Rajoy en su cara que hay que terminar el corredor mediterráneo porque a ellos les conviene mucho.

P.– Lo que Mas planteó a Rajoy fue: o concierto o secesión.
R.– También me parece inadmisible que Rajoy escuche decir en su despacho de presidente de Gobierno «si no me das el concierto económico, te vas a acordar». Si eso se lo hubiese hecho a Suárez, se habría levantado de su sillón y le habría puesto de patitas en la calle. ¡Eso lo habría hecho Adolfo! Rajoy se pasó de prudente.

P.–Creo que está intentando que la tormenta se calme.
R.– Pero no se está dando cuenta de que el problema catalán va bastante en serio y que, como no tome medidas, vamos a tener un disgusto. Y, en ese caso, el gran responsable ante la Historia de España será Rajoy. Bien es verdad que mucha culpa la tuvo Aznar cuando, para poder gobernar, le dio a Pujol competencias que no debía haberle dado. Si no puedes gobernar, no gobiernas, pero no cedas poderes.

P.–¿Habla de los Pactos del Majestic?
R.– Sí. Ahí es donde empieza todo porque es cuando se le da la competencia total sobre la enseñanza, cuando se elimina la Guardia Civil de las carreteras, etcétera. Y gobernar a cambio de eso, no. Pero hay artículos en la Constitución que Rajoy puede aplicar para enmendar esto.


>TRISTEZAS
P.– ¿Recuperando competencias?
R.– Claro, él tiene ese poder en la mano.
Tú no vas a quitar las competencias mientras no hagas una reestructuración total de las autonomías. Pero, señor Mas, si tú me dices que si no te doy el concierto me voy a acordar, si insistes en ese tema, yo te voy a retirar las competencias.
Y tengo poder para hacerlo porque tengo mayoría absoluta en el Congreso y mayoría absoluta en el Senado y, por lo tanto, esto que te digo se aprueba en 48 horas.
Luego las retiraré o no las retiraré pero, por principio, te advierto que te las puedo retirar.
Rajoy tenía que haber advertido claramente en su despacho al presidente de la Generalitat de que por ese camino no podía ir.

P.–¿Y qué cree que va a pasar?
R.– No lo sé, ésa es una de mis tristezas porque quiero a España y me preocupa muchísimo que, al final de mi vida, pueda presenciar una escisión de parte del territorio nacional.
Aunque pienso que, al final, prevalecerá el sentido común de los catalanes, que tienen mucho.
Pero en este momento los políticos catalanes, no los ciudadanos catalanes, están desquiciados.
Se olvidan de la verdad, se montan sobre una mentira y cabalgan sobre esa mentira entre el silencio de los demás.

P.– No me diga que los gobiernos de UCD cometieron más errores.
R.–Pues sí, claro que sí.
El tercer error, también gravísimo, fue decidir cambiar el modelo de las Cajas de Ahorro.
Las Cajas habían sido siempre en España instituciones enormemente eficaces. Pero decidieron convertirlas en bancos e, inmediatamente, empezaron a pasar a manos de los partidos políticos y los sindicatos.
Primero lentamente y, después, ya a calzón quitado.
Y así hasta llegar al escándalo financiero más importante de la Historia de España, que es el de Caja Madrid, que había sido un ejemplo de gestión en todo el mundo.
Si levantase la cabeza el padre Piquer, que fue su fundador, se volvía a morir otra vez.

P.– ¿Las instituciones tienen polilla?
R.– Tienen carcoma. Y hay que aplicar una desinsectación fuerte y eficaz, ¡porque la carcoma se resiste mucho a morir!
P.–¿En qué consistiría ?
R.– Lo que se debería hacer –y puede hacerse– es, no un gobierno de coalición, sino un gobierno de concentración, de grandes figuras de los partidos.
No buscar independientes, sino los mejores dentro de los partidos que acometan una reforma profunda.
Nosotros hicimos el paso del régimen autoritario de Franco a las primeras elecciones democráticas ¡Y lo hicimos en un año, de julio a julio! [1976-77]. En un año se puede hacer lo que se quiera, siempre que haya voluntad.

P.–¿Esa voluntad usted la ve?
R.–¡Ah! Ésa es la cuestión. Esa necesidad la veo muchísimo más en la población que en la clase política. Fíjese bien, la población no es que esté descontenta o agresiva, es que está desolada. Está preguntándose ¿adónde nos llevan? Todos, todos, porque no se salva ni uno.

P.–¿Cree que el poder moderador del Rey se mantiene aún activo?
R.– Cualquier reforma profunda o cualquier democratización auténtica, debería hacerse sobre la base de la Corona.
Es decir, con la Corona.
Evidentemente, el Rey tiene el poder moderador.
Lo ha ejercido con gran cuidado y gran prudencia.
Pero ejercer el poder moderador supone que, en muchas ocasiones, se puede llegar más lejos de lo que parece. No se trata de que el Rey intervenga en los nombramientos de presidentes, en absoluto. Se trata de subrayar que el Rey tiene, en la Constitución y en su propia historia, más que suficiente fuerza para poder marcar el camino.



Mi Gobierno, que hizo la Transición, cometió el error garrafal de aceptar las listas cerradas y bloqueadas»
Al diputado español el electorado le importa un bledo, el que le importa es el mandamás de su partido»
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