martes, 3 de diciembre de 2013

Regeneracionismo


El regeneracionismo encuadra tendencias diversas y no dio lugar a un movimiento propiamente dicho, sí a un estado de opinión reconocible, después del “Desastre” del 98.
Su principal teorizador fue Costa, y en éste entraron muchos de los más dotados intelectuales de la época. Sobre España y sus problemas, los regeneracionistas coincidían en tres puntos:
*.- condena del pasado español.
*.- identificación de “Europa” como salida a la situación del país. Un intento de europeizar España, tomando medidas que palien su decadencia (reformas educativas, agrarias, políticas, descentralización administrativa..)
*.- hostilidad la Restauración y su ideología liberal.

Para Costa, la historia española desembocaba en “una nación frustrada”; preconizaba “fundar España otra vez, como si no hubiera existido”.
Ortega, Azaña y muchos más también consideraban al país como una nación sin formar, o deformada, o anormal. Especulaban sobre lo que debía haber sido España o cuándo había empezado la desviación o la pérdida de su “normalidad”.

Miguel de Unamuno. En sus escritos trata sobre el problema de España: el remedio a los males del país está en la conjunción de tradición y europeísmo. Pero la verdadera tradición, la tradición eterna no se halla en los falsos casticismos, sino en la intrahistoria, es decir en la vida silenciosa y anónima de los millones de seres que pueblan nuestras tierras; es en el alma colectiva del pueblo donde reside la fuerza que España necesita para despertar de su letargo.
Pero esta inmersión en la vida intrahistórica ha de conjugarse con una decidida apertura hacia Europa , cuna del progreso, pero en escritos posteriores reniega de esta europeización de España y aboga por una españolización de Europa..


Ramiro de Maeztu. Experimenta una radical evolución ideológica desde los ideales socialistas de su juventud hasta las posiciones más conservadoras: en su obra “Hacia la otra España”  achaca a la pereza y la desidia la causa del desastre nacional, y propone una regeneración desde una revitalización económica. En “Defensa de la Hispanidad” aparecen  sus ideas más conservadoras; en ella exalta  la tradición española y proclama la identidad de lo hispánico con el catolicismo.

Ángel Ganivet.  En su “Idearium español” , afirma que el alma de nuestro pueblo hunde sus raíces en el estoicismo de Séneca y en el cristianismo y que a lo largo de la historia España ha derrochado sus mayores energías en empresas heroicas fuera de nuestras fronteras. Por ello la Regeneración del país requiere que se concentren todas las fuerzas en el interior del territorio.

La generación del 98: muestra una común preocupación por el presente y porvenir de España.
La del 14 propone el cientifísmo como solución al secular atraso de España. Se definen por su europeísmo y se oponen al casticismo y al patriotismo de los intelectuales anteriores. Identifican a Europa con  la ciencia.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET, ejerció el papel de guía intelectual desde su cátedra, sus libros y la Revista de Occidente. Al proclamarse la Segunda república, llegó a ser Diputado en las Cortes pero se fue distanciando del Régimen y se retiró de la política. Al principio de la Guerra se exilió y regresó en 1945, pero no se le permitió el ingreso en su cátedra y continuó su labor docente en el Instituto de Humanidades. Su pensamiento se sitúa entre el racionalismo y el vitalismo, sus meditaciones sobre el hombre y su entorno (yo soy yo y mi circunstancia) le conducen a un interés creciente por la historia.
Las hazañas y glorias hispanas, como el descubrimiento de medio mundo, las conquistas y colonización de América, la evangelización, la fundación de ciudades y universidades, el establecimiento de relaciones entre todos los continentes habitados, la Reforma católica, la contención de los turcos y de los protestantes, etc., eran miradas con desprecio o con burla, o simplemente ignoradas por los refundadores.
España había sido el país de la Inquisición y de los genocidios, de la miseria, el oscurantismo y la superstición, y las supuestas glorias eran vergonzantes.
Los “buenos” habían sido los cultos y refinados musulmanes.
España y sus clases dirigentes habían estado “enfermas” durante siglos, aseguraba Ortega, y nada debía esperarse de sus tradiciones: “España es el problema, y Europa la solución”.
Azaña llegaría a comparar las tradiciones, en 1930, con la sífilis hereditaria y “los españoles estaban vomitando las ruedas de molino que durante siglos estuvieron tragando”.
“Europa” (es decir, Francia y en alguna medida Inglaterra y Alemania), gozaban de un orden social, una riqueza y una expansión popular de la cultura muy superiores a los de España, y en ello veían el fruto de una “normalidad” que a España faltaba desde siglos atrás, si alguna vez había disfrutado de ella.
Como expresaba Ortega en una carta, él aspiraba a ir por el extranjero sin sentir vergüenza de ser español.

“Presenciamos el lento suicidio de un pueblo que, engañado por gárrulos sofistas (…) emplea en destrozarse las pocas fuerzas que le restan (…), hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a cada momento las sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su pensamiento, reniega de cuanto en la Historia hizo de grande, arroja a los cuatro vientos su riqueza artística y contempla con ojos estúpidos la destrucción de la única España que el mundo conoce, la única cuyo recuerdo tiene virtud bastante para retardar nuestra agonía (…) Un pueblo viejo no puede renunciar [a su cultura] sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil”.(Menéndez Pelayo).

Los regeneracionistas competían en repugnancia por la Restauración. Para Costa, el régimen se resumía en dos rasgos profundamente negativos: oligarquía y caciquismo. El país estaba dirigido por una “minoría absoluta, que atiende exclusivamente a su interés personal, sacrificándole el bien de la comunidad”, por una “necrocracia”, por el poder de lo muerto, de lo inútil, losa aplanadora de las energías populares. Aplanadas al punto de que el pueblo había perdido la voluntad, era incapaz hasta de “leer periódicos”, y carecía de “ciudadanos conscientes”.
Por tanto, necesitaba un “cirujano de hierro”, un dictador altruista que le sacase del marasmo.
Azaña: “He soñado destruir todo ese mundo” (el de la Restauración).
Ortega la define como “estos años oscuros y terribles”, como la “España oficial” empeñada en asfixiar a “la España vital”.
Cánovas, respetado en toda Europa como fundador del régimen que había dejado atrás el estancamiento y las convulsiones hispanas del siglo XIX, era despachado como “el gran corruptor”, “maestro de corrupción”.
Por contraste, el período anterior a la Restauración solía ser mirado con simpatía, como una edad “vitalista”. Muchos escritores y artistas embellecían incluso el terrorismo anarquista, como Valle-Inclán, o aplaudían al socialismo, como ocurrió con Unamuno u Ortega.

Sus críticas (la corrupción electoral y municipal, la escasa atención a la enseñanza, la desprotección de los trabajadores manuales, etc.) estaban a menudo bien fundadas. El problema residía en la exageración y radicalidad de esas críticas, y, sobre todo, en las soluciones propuestas, mesiánicas o arbitrarias en su mayoría, y conducentes a un grave riesgo de guerra civil.

La defección de los intelectuales supuso para la Restauración una irreparable calamidad. Dejaba al régimen a la defensiva, privándolo de quienes hubieran podido defenderlo en el plano intelectual contra la marea crítica y política alzada contra él por los extremismos.

Los regeneracionistas despreciaban el pasado real de España como Prat de la Riba o Arana despreciaban el pasado real de Cataluña y de Euzkadi. Coincidían en fomentar también la aversión por el común legado hispano y por la liberal Restauración, así como en una acrítica y subjetiva identificación con “Europa”.
Paradójicamente, partiendo de las mismas premisas, unos aspiraban a “refundar” la nación española, los otros a desarticularla de una vez. Pero, basadas en una visión caprichosa de España.


Regeneracionismo y revisionismo político
El período que se inicia en 1902, con el ascenso al trono de Alfonso XIII, y concluye en 1923, con el establecimiento de la dictadura de Primo de Rivera, se caracterizó por una permanente crisis política.
Diversos factores explican esta situación:
*.- Intervencionismo político de Alfonso XIII sin respetar el papel de árbitro que teóricamente debía jugar. Su apoyo a los sectores más conservadores del ejército culminó con el apoyo a la Dictadura de Primo de Rivera. Elemento clave en el desprestigio de la monarquía.
*.- División de los partidos del "turno", provocada por la desaparición de los líderes históricos y las disensiones internas.
*.- Debilitamiento del caciquismo, paralelo al desarrollo urbano del país.
*.- Desarrollo de la oposición política y social al régimen de la Restauración: republicanos, nacionalistas, socialistas y anarquistas.

Así desde 1917 se sucedieron los gobiernos de coalición, sujetos a alianzas y continuos cambios. Ni liberales ni conservadores consiguieron mayorías suficientes para conformar gabinetes sólidos.

En este contexto de inestabilidad política, el país tuvo que enfrentarse a graves problemas sociales:
*.- Agudización de las luchas sociales. Las posiciones de patrones y trabajadores se fueron enfrentando cada vez más.
*.- La "cuestión religiosa" se reavivó con las crecientes protestas contra el poder de la Iglesia, especialmente en la enseñanza. El anticlericalismo se extendió por buena parte de la población urbana y las clases populares.
*.- La "cuestión militar" volvió a resurgir ante el desconcierto de un ejército humillado en 1898 que recibía críticas crecientes de los sectores opositores (republicanos, socialistas, nacionalistas).
*.- Consolidación del movimiento nacionalista en Cataluña y el País Vasco, sin ningún cauce de negociación por parte de los partidos de turno.
*.- El "problema de Marruecos". En la Conferencia de Algeciras (1906) se acordó el reparto entre Francia y España del territorio marroquí. A España le correspondió la franja norte. Desde 1909 se inició un conflicto bélico, la guerra de Marruecos, muy impopular en el país, que ensanchó el foso que separaba al Ejército y la opinión pública, esencialmente las clases populares.

En 1905 estalló una grave crisis en Cataluña. La victoria de Lliga Regionalista de Cambó y Prat de la Riba en las elecciones locales de 1906 alarmó al ejército que veía en peligro la unidad del país.
Los comentarios satíricos anticastrenses en alguna publicación barcelonesa, llevaron a que trescientos oficiales asaltaran e incendiaran las imprentas.
La reacción del gobierno fue ceder ante el Ejército: en 1906 se aprobó la Ley de Jurisdicciones que identificaba las críticas al Ejército como críticas a la Patria y pasaban a ser juzgadas por la jurisdicción militar.

La reacción pública fue inmediata. Una nueva coalición, Solidaritat Catalana, consiguió una clara victoria electoral en 1907, reduciendo drásticamente la representación de los conservadores y liberales en Cataluña.

Antonio Maura, líder del Partido Conservador, llegó al poder en 1907 con un programa reformista: modificó la ley electoral, estableció el Instituto Nacional de Previsión e intentó sin éxito aprobar una tímida autonomía para Cataluña. Su proyecto reformista se derrumbó en 1909.


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