sábado, 13 de diciembre de 2014

Carmen Iglesias es la primera mujer española que dirigirá una gran Academia

Este viernes fue elegida para presidir la venerable institución que vela por la Historia, a la que accedió hace 25 años.
Iglesias ocupa también el sillón E en la Real Academia de la Lengua desde 2000.
Ha sido catedrática de Políticas en la Universidad Complutense, presidenta de Unidad Editorial, y directora del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Goza del aprecio y la estima del actual Monarca, ya que se ocupó de su educación como preceptora durante su adolescencia.
Pero, sobre todo, puede enorgullecerse de una ingente obra que ilumina la historia de España.
Rodeada de libros en su casa, situada en el Madrid de los Austrias, nos cuenta sus planes para la Academia de la Historia y reflexiona sobre algunos temas de actualidad.

Es usted la primera mujer que va a presidir una gran Academia en España, ¿qué sensación le produce?
Como historiadora, me resulta emocionante. Por mi franja generacional, he sido pionera en las conquistas de la mujer en este país. Cuando entré en la Academia de la Historia en 1989, muchas mujeres me felicitaron. Y luego fui la cuarta en entrar en la Academia de la Lengua. Me considero el reflejo de una sociedad mucho más amplia, de otras muchas mujeres que también tenían merecimientos para haber accedido a esos reconocimientos. Ha sido un proceso de conciencia progresivo. Lo que ha cambiado es la percepción de las mujeres de sí mismas.

¿Qué aporta la Academia de la Historia a la vida intelectual de este país?
Es muy importante porque integra a un grupo de historiadores de gran valía y de muy variada condición.
En este momento de pesimismo esencialista en el que los españoles piensan que su país es lo peor, unido a las tergiversaciones de los nacionalismos que no respetan los hechos, el papel de la Academia debe ser no normativo pero sí indicativo.
Debemos marcar un camino, dar una orientación. Hace años realizamos un estudio de los libros de texto que se utilizan en el País Vasco y las conclusiones fueron tremendas.
Nos atacaron por poner en el papel lo que se decía en esos libros sin ningún rigor. No debemos desistir en esa labor.
También la Academia fue muy criticada por el Diccionario de personalidades. Se acusó a la institución de estar escorada hacia la derecha...
Lo que se hizo fue recopilar 40.000 biografías, lo que supuso un gigantesco esfuerzo. Puede que se cometieran algunos errores, pero se exageraron deliberadamente y se deformó el propósito de la iniciativa. Hay que tener en cuenta que colaboraron 5.000 historiadores y que cada uno era el responsable de su trabajo. Y luego, además, se valoraron unos pocos perfiles del siglo XX, confundiendo una pequeña parte con el todo. El Diccionario es una fuente riquísima de opiniones historiográficas. Faltó una última labor de edición, pero eso no empequeñece el mérito de la iniciativa en la que participaron eximios historiadores. Fue una polémica exacerbada, pero la obra quedará y en ella se recogen muchas figuras fundamentales pero desconocidas en nuestra historia que no están en ningún otro sitio.

¿Cuáles son sus principales proyectos como nueva presidenta?
El equipo con el que voy a contar tiene que ser aprobado por el Pleno. Por ello, prefiero no hacer comentarios. Pero hay que afrontar un periodo de renovación y de adaptación a la era digital. Ya se han hecho muchos esfuerzos en ese sentido. La biblioteca ya está digitalizada en buena parte. A mí lo que me gustaría es que la Academia de la Historia fuera mucho más conocida, como sucede con la de la Lengua. Además de contar con una gran biblioteca, tenemos una importante pinacoteca con varios Goyas y una galería de retratos de grandes personajes históricos. Y hay, además, otros tesoros artísticos que muy pocos conocen. Por tanto, vamos a intentar que ese patrimonio sea conocido y valorado por los ciudadanos.

¿Hay una buena colaboración con el Gobierno y las instituciones del Estado?
Lo primero que hay que señalar es que las Academias son independientes y no están mediatizadas por el poder político.
Las Academias, fundadas en el XVIII, nacen de la sociedad civil con una idea de proyección pública. Por ello, obtienen la protección de la Corona, como establece la Constitución. Pero las Academias siempre han actuado con independencia, resistiendo las ingerencias de Fernando VII, Primo de Rivera, el Frente Popular y luego Franco, que intentaron ponerlas a su servicio.
Pero las Academias son, por naturaleza, independientes al ser electivos sus miembros que no dependen de los Gobiernos. Hemos recibido subvenciones públicas para realizar nuestros trabajos, pero nos la han recortado en esta época de vacas flacas y lo entendemos. Subsistimos gracias a esas ayudas y la generosidad de nuestros patrocinadores.
La enseñanza de la Historia se ha ido debilitando en España, especialmente, en las comunidades autónomas que aplican sus propias interpretaciones del pasado. ¿Le preocupa a usted este fenómeno?
Yo lo veo como un pequeño desastre. Una cosa es el espíritu nacional y otra, la Historia. Hay unos elementos comunes que deberíamos mantener, aun reconociendo que esas interpretaciones pueden cambiar. La Historia se va enriqueciendo con las nuevas investigaciones que aportan nuevos puntos de vista, pero lo sucedido en las comunidades autónomas ha sido un desastre. Estamos entre los últimos en el informe Pisa. Hay que reconocer que se han hecho cosas muy buenas, pero se ha fragmentado lo que no debería ser fragmentado. Cualquier español tendría que tener un conocimiento básico y global de la Historia de España, de su literatura, de su geografía. El aldeanismo es muy peligroso.

Esa actitud se ha visto ahora en Cataluña con la visión nacionalista de la Guerra de Sucesión. 
¿Está usted de acuerdo?
Sí. La Guerra de Sucesión nunca fue una guerra civil, ni siquiera en Cataluña y Valencia. Fue un conflicto dinástico. Cataluña se dividió y sólo Barcelona permaneció fiel hasta el final a la causa de los Austrias. Los resistentes al asedio de las tropas de Felipe V tenían además un componente religioso, fanático e integrista que hoy es difícil de comprender. Creían que un ejército de ángeles iba a acudir a liberar a la ciudad de los Borbones. Aquí se han trazado unos brochazos gordos sobre determinados acontecimientos, sin tener en cuenta la importancia de los detalles en la Historia, donde cuenta todo. El gran peligro de los nacionalistas es que acostumbran a situar al grupo por encima del individuo. Uno no elige el lugar de nacimiento sino que es producto del mérito y del esfuerzo. Pero los nacionalistas ponen, por encima de todo, las señas de identidad y relegan el concepto de ciudadanía con derechos, una gran conquista social que ahora está amenazada.

Usted ha escrito mucho de la leyenda negra sobre España. ¿De dónde surge este tópico y por qué ha arraigado con tanta fuerza?
Todo país hegemónico en el orden internacional genera una leyenda negra. Y eso le ha sucedido a España, como también a EEUU, al Imperio Británico o Francia. Ninguno de esos países salvo el nuestro ha interiorizado como propia esa leyenda negra. Me impresiona ese esencialismo que ha calado incluso en nuestra opinión pública. Hay que señalar que Inquisición hubo en toda Europa, aunque aquí tuvo un carácter más político. Por ejemplo, se ignora que los judíos fueron protegidos en España como parte sustancial de la nación, mientras eran perseguidos en Francia e Inglaterra. Por ejemplo, Cisneros invitó a Erasmo a venir a la Corte y éste le contestó despectivamente: «No me gusta España». Y luego le escribe a Tomás Moro para decirle que esto está lleno de infieles, de moros y de judíos. Hay todo un movimiento europeo que empuja al absolutismo confesional que se manifiesta tanto en los países católicos como en los protestantes. Hemos vivido épocas muy duras, pero en España lo que mayor daño produjo es la limpieza de sangre, que nace de la sociedad civil. Eso lo cuenta muy bien Joseph Pérez en sus libros.
Pero España fue un país cainita, que experimentó un fuerte declive histórico a partir de mediados del siglo XVII y ello contribuyó a su mala imagen...
Eso se debe a que hay una lamentación constante de los arbitristas, unido al poder de la Iglesia y las órdenes religiosas, además del declive político. Todo eso marcó mucho la visión de la sociedad española. La Inquisición duró más que en otros países, pero el número de condenados no corresponde a lo que se dice. Contribuyó también mucho a la mala imagen de España la literatura de algunos viajeros europeos que sólo se fijaron en aspectos tópicos. Montesquieu incurrió en esa visión. Pero la leyenda negra comienza cuando el Reino de Aragón conquistó Italia. Entonces ya se identificaban los rasgos de los conquistadores aragoneses y catalanes con el carácter español.

¿Por qué no arraiga la Ilustración en España?
No estoy de acuerdo, eso lo explica muy bien Díez del Corral. La Ilustración sí cuajó entre la clase dirigente. No eran filósofos sino hombres de Gobierno que aplicaban las ideas de la Ilustración. Lo peor no fue el mayor o menor arraigo de esas nociones sino la invasión napoleónica, que fue un auténtico desastre para España por su crueldad. Los ejércitos franceses arrasaron los sitios por los que pasaban. Napoléon retrasó el progreso económico de Francia durante medio siglo, aunque su figura ha sido muy valorada en el país vecino. Aquí sucede lo contrario: se ha criticado la gran figura de Blas de Lezo por ser soldado en la Guerra de Sucesión. Eso es un disparate. No tiro la toalla y confío en que los mitos de la leyenda negra vayan desapareciendo con un mejor conocimiento de los hechos. Le puedo contar una anécdota: un conocido político socialista me reprochó ser la comisaria de una exposición sobre Felipe II, al que creía un malvado. Le tuve que regalar la pequeña biografía de Parker para que se forjase una idea más precisa de su reinado. Lo leyó pero no estaba muy convencido porque creía todos los peores tópicos que han circulado sobre Felipe II. Al final me confesó que había mejorado su opinión tras leer el libro, pero me dijo algo sorprendente: «Le doy credibilidad a lo que dice esta obra porque está escrita por un inglés». Felipe II fue un gran monarca aunque su reinado fue demasiado largo.
Para acabar, ¿qué le pareció la iniciativa del Gobierno de Zapatero sobre la memoria histórica? 

¿Acaso los Gobiernos tienen que preocuparse de establecer la verdad de los hechos históricos?
Yo creo que eso corresponde a los historiadores. Ello al margen de que las familias tienen que tener facilidades de los Gobiernos para encontrar a sus desaparecidos. Deberíamos volver a leer a Azaña. Los Gobiernos no están para terciar en las diferentes interpretaciones de la Historia. Aquí hemos tenido el problema de que el péndulo antifranquista ha vuelto a caer en los tópicos y en el maniqueísmo que existían con signo opuesto en el franquismo. Los que más sufrieron el conflicto son los españoles que defendían una tercera vía, que fueron perseguidos por unos y por otros. El problema de la izquierda es que tardó mucho en reconocer el totalitarismo de los regimenes comunistas y que tampoco supo ver la evolución del franquismo, que pasó por una fase inicial fascista pero que luego evolucionó sin perder su carácter de dictadura. Nosotros hemos conocido y luchado contra el tardofranquismo, pero ese régimen no tenía nada que ver con los gulag y el periodo del estalinismo con su terrible represión.

Por último, ¿no le preocupa el deterioro de nuestro sistema de enseñanza?
Hemos tenido la posibilidad de hacer grandes cosas y la hemos desaprovechado. Goethe decía que toda libertad exige una disciplina, un rigor. Durante la democracia y a pesar de la libertad de la que hemos disfrutado, se ha ido deteriorando la escuela pública y la calidad de la educación, que arrastraba la buena influencia de la Institución Libre de Enseñanza y de la ley Moyano, y también ha disminuido la autoridad del profesorado. Pasamos de un extremo a otro. A ver si logramos equilibrar ese péndulo de una vez por todas.

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