jueves, 5 de marzo de 2015

La verdadera batalla: Ciudadanos contra Podemos

04/03/2015@20:20:23 GMT+1
José Antonio Sentís
Director general de EL IMPARCIAL.
JOSÉ A. SENTÍS es director Adjunto de EL IMPARCIAL
directorgeneral@elimparcial.es

En una observación aproximada de la realidad política española se podría decir que las actuales decisiones de los electores se basan en tres impulsos: el del interés, el ideológico y el mediático.
Quienes se fijan en el interés, orientan su voto a su personal situación económica y a sus perspectivas futuras, incluida su percepción social sobre la necesidad de estabilidad o de cambio.
Es el sector que hasta ahora ha sido tradicional en España, el que ha votado al PSOE o al PP según las circunstancias, según su crédito sobre la gestión pública, según su intuición sobre lo conveniente para los españoles en su conjunto y para ellos en particular.

Este sector es el que ha volcado los resultados elección tras elección, y ha dado la mayoría a los socialistas muchas veces, y a los populares otras varias. Porque ha sido el grupo diferencial que votaba con el bolsillo (o quizá con la cabeza) en cada coyuntura, dando el gobierno a uno u otro partido de acuerdo con las circunstancias. Porque era el conjunto electoral que complementaba al otro grupo de votantes de base, el que se basaba en la ideología. El que siempre votaría a su partido, independientemente de su gestión, de sus fallos, de sus debilidades, por pura afinidad o simpatía.

Lo que sucede es que ahora, entre racionalistas utilitarios por interés y hooligans ideológicos, han aparecido presumibles votantes que van a decidir por impacto mediático, por pura imagen, por popularidad. Y son dos de estos ejemplos los interesantes en la política actual, porque, además, son los que van a librar la batalla de fondo. Se trata de Ciudadanos y de Podemos.

No se puede decir que estos partidos no tengan ideología, pero sí decir que ésta es lo de menos para ellos. Porque lo que recogen nada tiene que ver en que uno tenga una procedencia comunista (Podemos, obviamente) y otro la tenga social liberal (Ciudadanos). Porque nadie mira de ellos su posición programática, sino su imagen social. Y ahí, ambos luchan en el mismo territorio: alejamiento de los modos del pasado, nuevo rumbo hacia el futuro, regeneración del sistema y virginidad polìtica.

Para Ciudadanos, esta apuesta es más sencilla que para Podemos, porque tiene bastante menos lastre que el partido ex comunista y neotransversal, por mucho esfuerzo que haga Pablo Iglesias y su equipo en abjurar de Stalin y fotografiarse con el embajador de Estados Unidos, porque la patita chavista y la financiación bolivariana se le ven debajo de la falda.

Pero tampoco es tan fácil para Ciudadanos, porque siendo su líder, Albert Rivera, una persona absolutamente presentable, tiene que salvar el escollo nada simple de exponerse en toda España con apenas una docena de cuadros, una militancia mínima y una riada de oportunistas, tránsfugas y desleales esperando que les caiga un inusitado regalo del cielo, a cuenta del tirón del citado Rivera y sus innegables virtudes de liderazgo.

Sin embargo, ambos partidos, que son más idea que realidad, son los que van a protagonizar la verdadera lucha de los próximos meses. No, creo, porque vayan a tener posición de gobierno, pero sí porque van a luchar por ser la verdadera expresión de la inquietud, del malestar (antes se dijo indignación) de los votantes. Y no cada uno de ellos con los partidos grandes, sino precisamente entre sí.

Aunque parezca mentira, el votante de Ciudadanos y el de Podemos se está aproximando a marchas forzadas. ¿O es que alguien pensaba que las encuestas favorables al partido de Iglesias se debían a que España se había vuelto comunista? Su intención de voto procede del disgusto ciudadano ante la crisis y ante el aburrimiento político, con la ilusión de que cualquier cambio es atractivo, sin considerar que también puede ser desastroso.

Lo curioso es que el voto a Rivera y a Ciudadanos es increíblemente parecido al de Podemos. También se basa en el aburrimiento ante el sistema, la necesidad de regeneración y cambio, la de acercarse a una imagen joven y nueva, sin necesidad de más.

Naturalmente, si me preguntaran no lo dudaría. Rivera puede tener un partido débil y una ideología en construcción, pero está a años luz de ventaja sobre un casposo estalinista que no sabe si sube o baja del muro de Berlín. Bueno, él sí lo sabe, pero no lo dirá mientras pueda ocultarlo. Pero los electores aún no tiene claro el escenario, y por eso las encuestas cambian de la noche a la mañana. Tanto dan un auge incomprensible de Podemos que un aumento de diez puntos en la intención de voto de Ciudadanos. En apenas horas. Asombroso.

Esa tercera pata de la pulsión de los electores españoles, la mediática, es lo que tiene. Como una burbuja, como una noche de farra. Los focos (de los platós) están ahora en la esquina rosada, donde salen a pasear las navajas. Ciudadanos contra Podemos. Ahí está la batalla real, la de quién recogerá los beneficios de los desconcertados, de los huérfanos ideológicos, de los cabreados. Son como la noche y el día, pero son intercambiables. Porque no son fruto de lo práctico, sino de lo emocional.

Curioso es que en el mundo del materialismo moderno, sea este nuevo idealismo el que triunfe. Porque Podemos y Ciudadanos son actos de fe, que tendrían serias dificultades para completar la mesa de un consejo de ministros. Pero parece que a muchos españoles les ilusionan. Bienaventurados sean los limpios de corazón.


Ahora bien, en esta duda siempre habría que decidir a favor de quien se ducha todos los días, que una cosa es la regeneración política y otra la cochambre ideológica. Y ahí, Rivera tiene todas las de ganar, porque es el yerno que cualquiera querría para su hija. Que una cosa es regenerar el sistema y otra dilapidar la herencia con un gigoló griego, por un decir.

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