martes, 26 de mayo de 2015

Un ERE POLITICO

IGNACIO CAMACHO
El PP resiste en precario a costa de sufrir un ERE político, un despido masivo de cargos. El Gobierno lleva el motor gripado
SI las elecciones las gana, como parece obvio, el que tiene más votos, el PP ha ganado por los pelos las de ayer. El pírrico triunfo cuantitativo le sabrá amargo porque ha sufrido una sangría de apoyos, ha disipado sus mayorías absolutas, se ha descalabrado en su simbólica ciudadela de Madrid y con alta probabilidad va a perder significativas cuotas de poder. Todo un ERE político, un despido masivo de cargos públicos. Rajoy ha cumplido más mal que bien su principal objetivo, que era el de encabezar el partido más votado; con el resultado de ayer volvería a ganar, aunque en minoría insuficiente y muy raspada, las generales. Aunque desde su perspectiva de resistencia haya salido vivo del trance, los costes son muy altos y dan más sensación de desplome progresivo que de atisbos de remontada. El Gobierno lleva el motor gripado y su estrategia está bloqueada; no le acaba de funcionar el discurso de la recuperación, ni el de la estabilidad, ni siquiera el del miedo. Todos los errores de estos tres años de Gobierno la falta de respuesta a la corrupción, el desprecio por la sensibilidad política, el desamparo de sus sectores naturales de apoyo han cristalizado en un ajuste de cuentas ejecutado a la mínima oportunidad por el electorado. El fracturado centro-derecha está en riesgo como proyecto de mayoría social.
El bipartidismo ha resistido en conjunto, refugiado en los votantes de edad madura, la embestida de los emergentes a costa de perder estabilidad y mucha masa crítica: adelgaza hasta poco más del 50 por ciento. El balance del PSOE de Pedro Sánchez resulta inverso al de su adversario especular: puede compensar su insuficiente facturación en votos con el gobierno de algunas autonomías y ayuntamientos en coaliciones multipartidistas. En Madrid, Barcelona y Valencia ha cedido ante el empuje de candidaturas radicales, lo que deja su condición de alternativa nacional demasiado condicionada por la fuerte presencia de Podemos. El partido de Pablo Iglesias le está quitando el voto útil en las grandes zonas urbanas y ese éxito sugiere su capacidad de mediatizar la hegemonía de la socialdemocracia en el bloque de izquierda. O por lo menos de desplazarla de su vocación moderada.

La otra formación nueva, Ciudadanos, adquiere enorme peso cualitativo sin obtener ningún triunfo absoluto. Su papel de bisagra va a resultar decisivo para la gobernabilidad de muchas instituciones y también, en la medida en que Albert Rivera sepa manejarlo, para sus propias expectativas nacionales. Cs tiene en su mano la facultad de decidir activa o pasivamente quién va a gobernar y dónde, y ése es un compromiso que implica consecuencias indeclinables. Su gran desafío consiste ahora en interpretar y proyectar el sentido de sus votos. Se ha acabado la hora de las lecciones teóricas y empieza la de asumir riesgos y responsabilidades.

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