jueves, 4 de junio de 2015

LENTO SUICIDIO DE ESPAÑA

ISABEL SAN SEBASTIÁN
Vista desde la distancia geográfica y emocional, España es hoy un país en trance de descomposición avanzada
NO es la primera vez que ocurre. A lo largo de la Historia, España ha protagonizado varios intentos de suicidio con la misma fiera determinación con la que en otras ocasiones ha llevado a cabo gestas transformadoras del mundo. Nunca como en estos años, empero, tuvo en su mano tantos triunfos susceptibles de impulsarla hacia un futuro luminoso y los dilapidó en el afán de liquidarse al mismo tiempo como nación, sociedad y proyecto compartido de progreso colectivo.
Vista desde la distancia geográfica y emocional que proporciona el alejamiento físico, España es hoy un país en trance de descomposición avanzada cuya deriva produce pena, estupefacción, preocupación e incredulidad a partes iguales. Una realidad antaño sólida que se diluye cual azucarillo en un magma corrosivo. Explicar a un extranjero el porqué de lo que nos está sucediendo resulta prácticamente imposible. ¿De verdad no quieren ser españoles tantos catalanes, vascos y ahora también navarros y valencianos, dotados de amplias competencias autonómicas y beneficiarios de las ventajas que otorga pertenecer a la UE? ¿Cómo es posible que en el aeropuerto de Barcelona el castellano sea la tercera lengua, detrás del catalán y el inglés? ¿Realmente ha ganado las elecciones a la alcaldía de la Ciudad Condal la líder de un movimiento antidesahucios conocida por encabezar escraches y decidida a inclumplir las leyes que ella considere injustas? ¿Los dos grandes partidos de izquierda y derecha vertebradores de la nación han llegado a tal grado de podredumbre que ven a sus tesoreros, presidentes autonómicos, ministros y cargos públicos, algunos todavía en activo, presos o imputados ante la Justicia por robar a los contribuyentes? ¿Apoyan los electores de forma significativa a fuerzas que se niegan a condenar el terrorismo y hasta lo justifican con mayor o menor impudicia? ¿Respaldan a grupos entusiastas de regímenes liberticidas como el chavismo? ¿Todo eso sucede en un país llamado España, con un pasado determinante en la Historia Universal, una cultura no menos influyente, un formidable potencial parejo a su privilegiada posición en el mapa y una modélica transición de una dictadura a una democracia hace apenas cuarenta años? Al interlocutor versado en política le cuesta encajar tanto «sí» en un esquema argumental lógico.
Y es que por las venas de España corren venenos de acción lenta, aunque letal, que nosotros mismos segregamos: corrupción, ignorancia, revanchismo, relativismo, cainismo, envidia, abuso de poder, picaresca, amiguismo, sectarismo, cobardía... Venenos para los cuales producimos antídotos únicamente en las situaciones extremas, dejando que vuelvan a fluir en cuanto pasa el peligro. Ahora hemos llegado a un punto de enfermedad terminal debida a la acumulación de tóxicos.

Ni el PSOE, ni el PP ni tampoco IU, y mucho menos los nacionalistas, se han mostrado capaces de poner coto a una corrupción desmedida que ha laminado la confianza de los gobernados en los gobernantes y dado alas de gigante al «sálvese quien pueda» territorial. La respuesta de Podemos a este colapso es un vaso lleno de odio y revancha que pretenden hacernos tragar a todos, a fin de «socializar» la miseria de la que ellos se nutren para lanzar su definitivo asalto al cielo de la democracia. Ciudadanos vacila a la hora de tomar partido, atrapado en sus propias exigencias, obligado a elegir entre lo malo y lo peor sin contar tampoco entre sus filas con la experiencia y la excelencia que serían necesarias. Y así vamos avanzando, derechos a la consunción, lastrados por la herencia que dejó un Zapatero devastador, compendio de ineptitudes, y la que ha acumulado en tres años este Tancredo Rajoy, campeón del inmovilismo.

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