lunes, 11 de abril de 2016

La república de Podemos

La república de Podemos
Pablo Iglesias mencionó en su primer discurso en el Congreso el pasado mes de marzo a tres figuras políticas de la II República, de la que ahora se cumplen 85 años: Margarita Nelken, Indalecio Prieto y Juan Negrín, tres líderes de la izquierda radical a los que considera emblemáticos para su formación política

La república de Podemos
Juan Negrín. Su lema de vida: «resistir es vencer»
Este 14 de abril se cumplen 85 años de la proclamación de la Segunda República. Quizá sea la ocasión en que va a pasar más desapercibida la fecha, posiblemente porque los partidos se encuentren en plena negociación para la formación de un Gobierno que debe contar con la mediación institucional del Rey. Sin embargo, en el acto de investidura del pasado 2 de marzo, Pablo Iglesias, líder de Podemos, pronunció un discurso en el que hizo referencia a tres personajes políticos de la República de 1931 por considerarlos emblemáticos para su formación: Juan Negrín, Indalecio Prieto, y Margarita Nelken. La cita tenía la intención de introducir elementos rupturistas, republicanos y guerracivilistas en su mensaje de odio calculado. El motivo es el habitual de los proyectos políticos de transformación o revolucionarios: encontrar anclajes históricos que, bien mitificados, justifiquen su discurso político, especialmente cuando se trata de hacer «justicia social» en contra de «los privilegiados».
La izquierda radical española tiene una particular interpretación de la Historia atada a la división entre opresores y oprimidos –la vieja lucha de clases–, y una buena dosis de victimismo. De hecho, Iglesias y Monedero en su libro «¡Que no nos representan!» (Editorial Popular, 2011), titulan el capítulo dedicado a la Historia de España así: «Casi siempre ganaron los mismos». La única vez que no ganaron los mismos, en esa idea de la Historia como la sucesión de enfrentamientos, fue, la Segunda República. El relato que hacen de dicho régimen ahonda en la visión idílica de una época reformista, voluntarista y pacífica, truncada por la derecha. El entusiasmo popular y la libertad, dicen, llevaron a una «victoria aplastante» de las izquierdas en las urnas, que daría como resultado la Constitución «más democrática» de la «historia de nuestro país». Es el típico maniqueísmo de vincular a las izquierdas con la democracia y a las derechas con la reacción. Y esto a pesar de que el sector mayoritario del PSOE y de la UGT, el liderado por Largo Caballero, vio la República como un régimen transitorio hacia el socialismo; especialmente desde que rompió con los republicanos en el verano de 1933. Fue entonces cuando Largo Caballero dijo que la República era «lo mismo o peor que la monarquía».

La república de Podemos
Margarita Nelken. La mujer que dijo no al voto femenino
Historia minimizada
Qué decir del PCE, apéndice de la III Internacional, en manos de Stalin, que no era precisamente un defensor de las democracias. O de la CNT, que se levantó contra la República en varias ocasiones desde julio de 1931 –cosa que minimizan Iglesias y Monedero en sus referencias históricas–. Por ejemplo, el asunto de Casas Viejas, en las que el gobierno de Azaña reprimió con violencia la insurrección anarquista en Cádiz, y que provocó la crisis del gobierno, no aparece en sus libros como un hecho determinante. Todo lo con-trario: en el relato republicano de Podemos todas las izquierdas for-man un solo bando, democrático y modernizador. Por eso, y encaja perfectamente con su estrategia actual, glorifican las Alianzas Obreras y, finalmente, el Frente Popular que ganó las elecciones de 1936.

Dicha coalición de izquierdas es presentada por los jefes de Podemos como una respuesta del pueblo frente a las «élites o minorías que habían tenido el poder económico y político» siempre en la historia de España. La fórmula del Frente Popular, tan querida hoy por los dirigentes de Podemos, se desliga en su relato histórico de la estrategia estalinista para desestabilizar las democracias, y del ansia de poder de republicanos y socialistas. Aquel error del republicanismo –la dependencia de los revolucionarios–, que luego fue reconocido por el propio Manuel Azaña o Martínez Barrios, es obviado por Iglesias y Monedero. Fue tras la victoria del Frente Popular, dice Pablo Iglesias en su libro «Disputar la democracia. Política para tiempos de crisis»(2014), cuando la oligarquía mezcló la «salvación de la patria» con los «intereses de clase», y se decidió a «recuperar el poder al precio que fuera». Así estalló la Guerra Civil, afirma, el primer episodio de la guerra de los defensores «de la libertad y la democracia» frente al fascismo. Iglesias, claro, no tiene en cuenta la Guerra Civil dentro del bando «republicano», y convierte la contienda en la épica de la lucha contra el fascista.
Su narración de la Segunda República define un enemigo: la derecha, a la que relaciona con los terratenientes, el Ejército, y la Iglesia, que tampoco, por cierto, en su mayoría eran demócratas de libro. La CEDA fue para Iglesias y Monedero el «primer partido de masas de la derecha», que pretendía emular «los modelos fascistas y nacional-socialista» –como si fueran iguales–, y, claro, su inclusión en el Gobierno republicano de octubre de 1934 provocó la revolución de ese año. Incluso usan el término «Bienio negro», hoy dese-chado por los historiadores profesionales, para señalar los gobiernos republicanos de derechas entre 1933 y 1936. Es más, Pablo Iglesias, en su libro citado, se apoya en Tuñón de Lara, historiador marxista, para decir que lo de1934 fue una «insurrección obrera» en «defensa de la legitimidad republicana contra una infiltración fascista en el poder», la de la CEDA. La legalidad queda en un segundo plano, explica, cuando el poder carece de legitimidad; en este caso, no era legítimo porque no se trataba de un gobierno de izquierdas.
El republicanismo que sostiene Podemos no es el que ve en la República una forma de Estado, sino una revolución social para acabar con «los males de la patria», que diría Lucas Mallada, tanto económicos, como educativos, culturales y políticos. En realidad, no hay diferencia con lo que pensaban algunos de los principales dirigentes republicanos del momento. La República era vista como una fórmula para ajustar cuentas con lo que para ellos había sido un lastre para la modernidad. Por eso, la revolución de 1934 tuvo el objetivo, señalado así por Companys, entre otros, de «rectificar» la República, cuyo gobierno estaba legalmente en manos de la derecha.

La república de Podemos
Indalecio Prieto. Promotor de la autonomía del País Vasco
Discursos de exclusión
En el relato politizado que hace Podemos de la Segunda República no cuentan la «brutalización» de la política –en expresión de G. L. Mosse–, la violencia normalizada, los discursos de exclusión y antidemocráticos tanto a derecha como a izquierda, incluidos en ese clima de intolerancia, ansia y frustración que hizo exclamar a Ortega y Gasset, ya en septiembre de 1931, «¡No es esto, no es esto!», y que están recogiendo hace años los historiadores profesionales. Podemos ha incluido en su discurso el guerracivilismo y el anticlericalismo, y usa el mito de la Segunda República hasta el punto de que alguno de sus «activistas», hoy cargos públicos, iniciaron su carrera con gritos como «¡Arderéis como en el 36!». Lo que hay detrás de esta interpretación de la Segunda República, además de azuzar las emociones como resortes políticos, es la de sostener que la Transición y el régimen del 78 no establecieron una verdadera democracia. De esta manera, según refiere Juan Carlos Monedero en su libro «La Transición contada a nuestros padres», fue una salida que dieron los privilegiados a la dictadura para tener el «menor coste empresarial y financiero posible». Por eso, dice, los crímenes del franquismo se echaron al olvido, y se hurtó el poder al pueblo. No se culminó la Transición, insiste, hasta que se cercaron las sedes del PP tras los atentados del 11-M, y se pudo gritar al gobernante que mentía. La derrota del consenso de la Transición, de su mito, vendría cuando la gente se «empoderó» el 15-M. En definitiva, la batalla por la memoria colectiva –algo inexistente, porque la memoria solo puede ser individual–, que ya inició Zapatero, ha sido retomada con fuerza por el populismo socialista, empeñado en adaptar la historia del país a su discurso.

¿Homenaje para cerrar heridas?

Una vocal del grupo municipal de Ahora Madrid, la marca de Podemos, registró en la Junta de Usera una moción el 29 de marzo para una declaración institucional con motivo de este aniversario del 14 de abril. El objetivo era «homenajear y recordar» a los que «fueron represaliados en su lucha por un país más justo». Únicamente de esta manera, asegura, podemos «llegar a una democracia real» que ajuste cuentas con el franquismo y devuelva la «dignidad» al pueblo. Al tiempo, pedía que se declarase que la «monarquía borbónica no es más que un pilar para sostener la corrupción» que «despoja al pueblo de su soberanía». La monarquía, asegura, es ilegítima porque fue Franco «quien designó como sucesor a Juan Carlos de Borbón», por lo que reclama un «proceso constituyente hacia la República» siguiendo la «Carta Magna». Finalmente, el sector más oportunista integrado en Podemos consiguió que Alicia Santos Hernández, la vocal, retirase esta declaración antes de que se celebrara su discusión el pasado 6 de abril.

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