lunes, 10 de julio de 2017

El problema catalán

El problema catalán
MIQUEL PORTA PERALES
EN Cataluña, la historia no se repite. En Cataluña, la historia empeora. Regresemos al pasado para, después, volver al presente y sacar las conclusiones oportunas. Detengámonos en el mes de mayo de 1932. En las Cortes de la II República se discute el Estatuto de Cataluña. José Ortega y Gasset y Manuel Azaña toman la palabra. Entre una y otra intervención se perciben coincidencias: el problema catalán existe, los catalanes siempre se enfrentan con alguien, el particularismo catalanista es un sentimiento que impulsa a una comunidad a vivir al margen, hay muchos catalanes que -aunque no se atrevan a decirlo en público- quieren vivir con España, se debe calmar la deriva soberanista del nacionalismo catalán, cualquier propuesta debe mantenerse dentro de los límites de la Constitución, la solución reside en la autonomía de Cataluña, los recursos del Estado que lleguen a Cataluña no pueden ir en detrimento de los que correspondan a las otras regiones españolas. ¿Cuál es la diferencia entre ambas intervenciones? José Ortega y Gasset afirma que no se «puede curar lo incurable» y que el problema catalán «sólo se puede conllevar». Manuel Azaña cree que la República conseguirá la unión esencial de todos los españoles al «conjugar la aspiración particularista o el sentimiento o la voluntad autonomista de Cataluña con los intereses o los fines generales y permanentes de España dentro del Estado organizado por la República». Por eso y para eso -concluye Manuel Azaña- «se votan los regímenes autónomos en España, primero para fomento, desarrollo y prosperidad de los recursos morales y materiales de la región, y segundo, por consecuencia de lo anterior, para fomento, prosperidad y auge de toda España». Y «todas las dudas, todas las preocupaciones relativas a la dispersión de la unidad española no están siquiera sometidas a discusión». El pesimista José Ortega y Gasset frente el optimista Manuel Azaña. Con el tiempo, el primero se mantendrá en el pesimismo mientras el segundo abandonará el optimismo como muestra La velada de Benicarló (1939): «Mientras dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término, que ahora nadie piensa en extremar el catalanismo, la Generalidad asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho».
Las intervenciones parlamentarias de José Ortega y Gasset y Manuel Azaña, así como el fragmento transcrito de La velada de Benicarló, se inscriben -afortunadamente- en un contexto muy distinto al actual. Otro tiempo, sin duda. Pero no es menos cierto que existe una evidente semejanza entre el ayer y el hoy. Les propongo un ejercicio de política ficción, pero menos: ¿qué escribiría hoy Manuel Azaña sobre -la expresión es suya- «el problema catalán»? Por de pronto, tomaría nota de lo leído y oído a diversos políticos, juristas, articulistas y directivos de equipos de fútbol catalanes con mando en plaza: «Hay que plantar cara al Estado», «construyamos una nación soberana»; «la gran oportunidad se está abriendo y durante este siglo Cataluña será libre»; «hay que ir avanzando hacia mayores cotas de libertad nacional»; «la Constitución se ha de adaptar a Cataluña y no al revés»; «el problema de Cataluña se llama España. Cataluña está bloqueada bajo España, maltratada en España, insultada por España, harta de España y sólo le queda un camino: la independencia»; «una sentencia negativa del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto sería un golpe muy duro contra la democracia constitucional. Una decisión faccional no puede imponerse sobre todo un Parlamento, sobre todo un pueblo. Por dignidad no se puede aceptar»; «romper el Estatuto, resquebrajar el modelo que aprobaron las Cortes y que el pueblo catalán refrendó, es un mensaje demasiado inequívoco en el sentido de que está Cataluña no cabe en España. No es Cataluña la que apuesta por salir de España, es España la que expulsa a Cataluña»; «espero no tener que crear la República catalana del FC Barcelona». Ante tal cúmulo de disparates y despropósitos, con los cuales se bombardea a diario la conciencia del ciudadano catalán, muy probablemente Manuel Azaña recordaría el siguiente pasaje de La velada de Benicarló: «En el fondo provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente española, sin excluir en ciertos casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición». Recordado lo cual, nuestro personaje concluiría que, en Cataluña, la historia no sólo se repite, sino que empeora.
¿Cuál es el secreto de la persistencia del problema catalán? Dicha persistencia se explica en función de diversas variables. En primer lugar, la variable ideológica -la frontera interior romántica- propia de quien construye una identidad a la carta con el objetivo de diferenciarse del Otro. En segundo lugar, la variable psicológica -el narcisismo de las pequeñas diferencias- propia de quien tiende a exagerar su personalidad y espera ser valorado como una cosa especial en virtud de su ser. En tercer lugar, la variable antropológica -el chivo expiatorio- propia de quien cree que carga sobre sí las culpas de los demás precisamente por ser un cuerpo distinto y no asimilable al colectivo. En cuarto lugar, la variable económica -la competición por los recursos- propia de quien se vale de la identidad para obtener ventajas de toda índole. Y, en quinto lugar, la variable política -la suspensión de juicio propiciada por el oportunismo- propia de quien busca sacar tajada -el actual gobierno catalán y el actual gobierno español- de la coyuntura. El problema catalán -ese afán obsesivo y enfermizo por la búsqueda de la diferencia y el privilegio, ese considerar Cataluña como una suerte de hecho biológico autótrofo- tiene sus consecuencias. En Cataluña: sobreexcitación nacionalista, recalentamiento identitario, unanimismo ideológico, pensamiento predatorio, ideocidio. Y el aventurerismo, la fantasía, la insensatez y el irredentismo políticos de una derecha y una izquierda nacionalistas instaladas en su ínsula barataria. Nacionalistas incapaces de distinguir la Cataluña real de la virtual y de cuestionar -por ceguera, inmovilismo, providencialismo e interés- el relato que han construido y que ahora se apuntala en una crisis de infraestructuras que lo hace verosímil, pero enmascara la realidad. Para el conjunto de España, el problema catalán -alimentado por la irresponsabilidad y el oportunismo de un Rodríguez Zapatero que necesita el nacionalismo periférico para mantenerse «como sea» en el poder- supone la concepción de España como una opera aperta al albur -como si de un tablero de ajedrez se tratara, con sus movimientos, réplicas y contrarréplicas- de las lecturas e intereses que de la misma hagan las partes en cada hora y momento. El «Estado inerme», decía Manuel Azaña. Si bien se mira, el problema catalán es el nacionalismo catalán. Y el problema español es un Rodríguez Zapatero -la sonrisa como máscara, el talante y el diálogo como excusa, la serenidad como pretexto, el progresismo como coartada- que, en beneficio propio, ha dado oxígeno a unos nacionalismos periféricos detenidos en el túnel del tiempo de los derechos históricos medievales y el principio de las nacionalidades decimonónico.
Mientras alguien no ponga límite a tamaño desatino,mientras la pesadilla continúe, sólo queda recordar el sabio consejo de José Ortega y Gasset: el problema catalán «sólo se puede conllevar». Conllevar: sufrir, soportar las impertinencias, ejercitar la paciencia. Si lo sabré yo, que soy un mal catalán.

El inquietante Montilla
CHARO ZARZALEJOS
MADRID. El presidente de la Generalitat ha estado en Madrid. Su discurso resultó inquietante y desmesurado. Desmesurado por comparar un recurso ante el TC con un golpe de Estado e inquietante por lo de la desafección de Cataluña hacía el resto de España. Para rematar la advertencia, la descripción o la amenaza, los empresarios catalanes insisten en el discurso y ERC pide la independencia como mejor solución al conflicto de las cercanías. Lo dicho por Montilla es probablemente lo más importante de la semana que ahora acaba. Lo dijo con buenas formas pero es muy serio. Ya pueden echar por delante la balanza fiscal, porcentajes de inversión y demás fórmulas presupuestarias que lo dicho por Montilla y reafirmado por Joan Rosell es de muy difícil comprensión. Resulta lamentable y deprimente que los afectos se midan en dinero o en kilómetros asfaltados.
Es lamentable e inquietante que hubiera que recurrir a un Estatuto que in extremis lo salvó el presidente con el jefe de la oposición a su Gobierno en Cataluña para solucionar la «amenazada identidad» catalana. Resulta irritante escuchar tanto lamento cuando las partidas presupuestarias para Cataluña son excepcionalmente importantes.
Es inquietante que de la tensión territorial de la que hablaba el PSOE cuando llegó al Gobierno se haya pasado a la desafección que como todos los males serios tienen mucho de silentes y de profundos. Un catarro es siempre obvio, cuando la enfermedad es más seria no produce síntomas y así, cada día, nos alejamos más de la propuesta que Kennedy hizo a los americanos cuando les invitó a no preguntar qué puede hacer el país por ellos sino qué podían hacer ellos por América.
Ramplonería
Es muy ramplón alabar a Sarkozy sin matices y lo es desde luego tratar de minimizar su actuación en el Chad. Su foto en Torrejón causó impacto. «Lo importante es que están aquí no quien les ha traído», dice José Blanco que se ha quedado mudo ante la foto de Caldera rodeado de bebés para «vender» los famosos 2.500 euros. Si lo importante es la ayuda efectiva, ¿a qué viene la foto? No es la de Caldera una foto propia de la octava potencia del mundo, pero todos tan contentos aunque sea de vergüenza ajena.
Posó el ministro al día siguiente de que se conocieran los datos del paro que en esta ocasión dejó para otro la glosa de los mismos. El paro va en aumento y las constructoras ya han hecho saber a más de un diputado que por cada vivienda cuya obra se para o se deja de construir se genera 2,5 parados más. El cálculo es que en menos de un año el total de viviendas paradas o no construidas pueden ascender a 400.000 lo que, en principio, podría generar nada menos que un millón de parados más.
El Gobierno cree que los datos económicos en su versión negativa no se van a precipitar, que la economía tiene la suficiente versatilidad como para absorber buena parte del desempleo que se genere en determinados sectores y que, en fin, «podemos mirar tranquilos al mes de marzo».
Esta tranquilidad les viene también porque siguen pensando que la sentencia del 11-M «ha sido un palo» para el PP y por eso engrandecieron las inoportunas declaraciones de Aznar apresurándose a sacar un vídeo que tenía patas. Dijeron que no querían mirar para atrás pero a la menor recrean el pasado creyendo que eso garantiza el futuro. El PP no se quedó atrás y puso en circulación su argumentario y todo ello sin mover una ceja. Las órdenes de Rajoy son tajantes y como un solo hombre callan y así van a seguir. Insistir en el 11-M es tanto como renunciar a ganar las elecciones. El candidato popular reaparece el próximo fin de semana en la clausura de la convención y para el día 25 le tienen preparado un baño de masas en Murcia.
La semana nos ha dejado un excelente viaje de los Reyes a las dos ciudades ya citadas. Hay que atribuir al Gobierno el mérito que le corresponde que no es poco. Otra cosa es el «amigo impertinente». El embajador marroquí ni está ni se le espera, la Liga Arabe se pone estupenda. Lo complicado de Marruecos es que la alternativa a Mohamed, que no es poco, no es otro Mohamed sino un ayatolá que nos haga temblar. Aquí mismo, en Madrid, Esperanza Aguirre ha optado, no por llorar, sino por bajar impue

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