lunes, 7 de agosto de 2017

No se sabe muy bien en qué consiste la propuesta sanchista para acabar de una vez por todas con la matraca de la independencia


Los tres abismos

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Al hacer suyo "el balance extraordinario" de la transición -"el período de democracia de mayor progreso que jamás hayamos conocido"-, Sánchez se coloca a años luz de su eventual socio de Gobierno. Una cosa es querer regenerar el sistema democrático desde dentro, que es lo que él ha reclamado este fin de semana, y otra muy distinta querer dinamitarlo, que es lo que Iglesias pretende conseguir. Lo dejó muy claro la nota que hicieron pública los anticapitalistas de Podemos el lunes pasado: de lo que se trata es de acelerar "el proceso destituyente de el Estado español" y de "debilitar el régimen del 78". No estamos, por tanto, ante una diferencia de matiz. Hablamos de palabras mayores.
Lo mismo cabe decir de la cuestión catalana. Aunque no se sabe muy bien en qué consiste la propuesta sanchista para acabar de una vez por todas con la matraca de la independencia, lo que sí se sabe es que está en las antípodas de la que apadrina Podemos. El verdadero alcance del proyecto plurinacional de Sánchez sigue siendo un arcano, sí, pero al menos mantiene intacto el principio constitucional de que la soberanía nacional reside en el conjunto del pueblo español, que es exactamente lo que Iglesias niega de plano. Para el podemita, el derecho a decidir es un derecho democrático fundamental y negarlo es tan grave como negar la democracia misma.
El tercer abismo que les separa no es ideológico, pero se antoja aún más difícil de superar que los dos anteriores. Es una cuestión de poder. Si algo ha quedado claro en el 39 Congreso es que los socialistas se ven a sí mismos como la única izquierda de gobierno. "La que hace lo que dice y dice lo que hace". Al proponerse como el principal instrumento para cumplir los sueños y las esperanzas de todos los que hace seis años decían que nadie les representaba, en clara alusión al movimiento del 15-M, Sánchez le declara a Iglesias una guerra comercial. El podemita reclama una relación con el PSOE "de igual a igual", pero el socialista la rechaza. Ha querido dejar claro que la primogenitura de la izquierda no se discute. En esas condiciones, hablar de acuerdos para botar gobiernos de cambio parece más una campaña de marketing que un verdadero compromiso empresarial.
Tiene toda la pinta de que en la competición pública por demostrar quién pone más empeño en desbancar al PP del Gobierno, socialistas y podemitas juegan de boquilla. El PSOE hace propuestas de imposible cumplimiento -por ejemplo que Ciudadanos se sume a la conjura- y Podemos marca itinerarios suicidas -el pacto con independentistas, nacionalistas y pro etarras- que colocarían a Sánchez en medio de un campo de minas. Todo parece que ambos están sentando las bases para poder decir, llegado el momento, que el proyecto ha fracasado por la culpa del otro.
¿Pero de verdad podemos asegurar que el fracaso está asegurado? Aunque en política no existen los jamases, de las dos fórmulas posibles para mandar a Rajoy al taxidermista hay una más descartable que otra. Dado el veto recíproco que convierte a Ciudadanos y Podemos en moléculas políticas incompatibles, no parece de recibo que el PSOE quiera casarse con Ciudadanos y le proponga a Iglesias que bendiga esa boda desde los bancos de la oposición. Por lo demás, el Gobierno resultante tendría en el Parlamento 20 asientos menos -85 de unos y 32 de otros- que los que tiene ahora el del PP.
Además de una terrible debilidad parlamentaria, esa solución trasladaría a la escena política un reparto de papeles que perjudicaría el objetivo de Sánchez -lo dijo Narbona el sábado- de convertir al PSOE en un partido que no sólo sea de izquierdas, sino que además lo parezca. Si de verdad quiere recuperar los votos que huyeron por desencanto a las filas de Podemos, no puede permitir que Pablo Iglesias se apodere en solitario de esa apariencia mientras él bascula hacia la molicie moderada de una coalición con Rivera. Tampoco sería bueno para el líder de Ciudadanos aparecer ante los suyos como el oportunista frívolo que se lanza en brazos del PSOE, dándole la espalda a su base electoral, por un rato de placer en el edén de La Moncloa.
Razonablemente descartada la vía centrista, ¿de qué otra forma puede lograr el viejo secretario general del nuevo PSOE su propósito declarado de construir en el congreso una mayoría alternativa al PP? La respuesta tiene nombre de monstruo. Es un secreto a voces que Pedro Sánchez habló del modelo Frankenstein, después de las elecciones de junio, con podemitas, independentistas y peneuvistas. Hay quien dice que el acuerdo anduvo cerca y que de no haber sido por los guardianes de las líneas rojas que se hicieron fuertes tras la muralla del Comité Federal habría acabado por imponer su ley.
Pero ahora, aquellos guardianes han sido abatidos por la artillería de la militancia. Según hemos visto en la votación de la nueva ejecutiva, siete de cada diez delegados socialistas han decidido liberar a su líder de cualquier atadura que le impida llegar a acuerdos con quien haga falta. Tiene las manos libres para hacer lo que quiera. Sus únicos antagonistas que le quedan son los editorialistas de El País. Si a Podemos le interesara abrazarse al PSOE por cálculo político, Sánchez tendría una oportunidad de asaltar el poder por la puerta angosta. Muy difícil, sí, pero no imposible. ¿Serían capaces, llegado el caso, de salvar los abismos que les distancian para hacerlo posible?
De eso va la película que hoy ha comenzado a proyectarse. Permanezcamos atentos a la pantalla.

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