viernes, 1 de diciembre de 2017

A ESTO LLAMAN POPULISMO

A ESTO LLAMAN POPULISMO
GABRIEL ALBIAC
CON Mussolini primero, después con Hitler, el éxito del populismo fue el de una solución quirúrgica en la Europa fragmentada tras la Gran Guerra. El espejismo de los populistas griegos, como el de los españoles, está en aplicar fórmulas de arrastre popular protofascista sobre un mapa europeo en el cual la nación-Estado ha perdido parte esencial de sus atribuciones y va camino de perderlas todas. El desenlace griego era previsible: bancarrota. Desde el instante en que la gran ola populista barriera a los tradicionalmente corruptos partidos turnantes, vino a sustituirlos una banda instalada en las oscuras epopeyas patrioteras de los años treinta. Funcionó, porque eso es parte de la anacronía de ese Estado fallido que, desde su escisión del imperio turco, ha sido Grecia.
Antes, dos mil quinientos años atrás, cuando Grecia quería decir algo, un griego de inteligencia fastuosa avisaba cautamente de cómo con unas y las mismas palabras pueden ser escritas una tragedia o un sainete. Y de cómo en la sabiduría milimétrica que acota el deslizarse entre lo uno y lo otro, se juega el abismo que separa lo grandioso de lo ridículo. Que, en los malos autores Varufakis ayer, Iglesias mañana, acaban siempre por amalgamarse.
Grecia lleva ahora algo más de seis meses gobernada por una banda de irresponsables listillos. Hijos de la buena sociedad, formados en universidades extranjeras y convencidos de que todo les es debido: la juventud dorada. A tal título comparecieron ante un país roto. Eran gestores de un cuidadísimo manejo publicitario de los medios. Y, a través de ellos, blindaron su simpática imagen de sabios jóvenes, modernos y compasivos. Y una población encenagada en el desbarajuste de corrupción e improductividad tragó el anzuelo. Tan desesperada estaba. Está.
¿Hizo alguna vez Syriza política? ¿La hará Podemos? ¿Qué es política? Si es masiva producción de afectos y, con ello, de almas a medida, nadie tenga dudas: en eso, es el populismo maestro. Con la misma maestría con que el Partido Obrero Socialista Nacional Alemán descubrió la potencia homogeneizadora de la radio, éstos de ahora son maestros de los televisores. Representar es proyectar imagen seductora: el poder, piensan, se juega en eso; tal vez, no se equivocan. ¿Qué es política? Si por política se entiende administrar los recursos escasos con los que un país cuenta, entonces nada ha habido tan lejano a la política cuanto los populistas griegos y españoles. Dotados con brillantez para la escena, la prosaica gestión de lo económico se les hace humillante. Y en la tragedia a la cual Syriza ha conducido a Grecia se prefigura la que Podemos puede que junto al PSOE otorgará a España.
El sábado, el sainete griego viró a tragedia. Un plebiscito para preguntar a alguien arruinado si prefiere pagar sus deudas o no pagarlas, es sólo una agria tomadura de pelo. Que obliga a evocar lo que Aristóteles juzga segura condena a muerte: «ser una pieza suelta en un juego de damas».


EL CUENTO DE LA BUENA PIPA
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
LA crisis griega empieza a parecer el cuento que nunca se acaba, vamos a contar mentiras y la carabina de Ambrosio juntos. Tan pronto la da por finiquitada como se abre un nuevo capítulo de ella. Ni en Atenas ni en Bruselas hay quien nos pueda decir dónde estamos ni en qué acabará. Más que hombres y mujeres hechos y derechos, parecen estar debatiendo chiquillos. Pese a haberse agotado los argumentos, las amenazas, las argucias, mentiras, insultos y casi el tiempo, el miedo los tiene paralizados sin atreverse nadie a afrontar la realidad. Al revés, se dan pasos contradictorios que confunden más que aclaran. No tiene sentido, por ejemplo, que el Banco Central Europeo siga suministrando fondos a los bancos griegos si el Gobierno griego cierra sus bancos. Así, desde luego, no se resuelve una crisis. Así se la agranda. Lo único seguro es que Tsipras y Varufakis habían prometido a su pueblo acabar los recortes y la política de austeridad, pues tenían la fórmula para que siguieran cobrando sus pensiones, sin apenas pagar impuestos y otras gangas que venían disfrutando desde que entraron en la UE. La fórmula no tenía nada de milagrosa: consistía en que los demás europeos continuarían financiando tan extravagante economía por no atreverse a expulsarles de la Comunidad dado el tremendo desbarajuste que causaría en ella. Y, naturalmente, los griegos les votaron. Durante los cuatro meses que llevan en el gobierno han conseguido contener, aplazar, torear a sus socios con la táctica más vieja del oficio: la amenaza de «si me voy, no cobras nada» y la promesa de hacer ajustes muy lejos de los necesarios para enderezar su economía llena de pufos. Hasta que el vienes se les presentó como «lo tomas o lo dejas» la lista de las reformas sine qua non para seguir ayudándoles.
¿Qué ha hecho Tsipras ante ello? Pues lo que suelen hacer los chantajistas en estas ocasiones: echar la culpa a los demás y esconderse cobardemente tras su pueblo, el mismo pueblo al que había prometido sacar del atolladero sin penas ni fatigas: convocar un referéndum para preguntarle si acepta las condiciones europeas. En vez de dar la cara y reconocer que se había equivocado, que no hay salidas milagrosas ni remedios mágicos a su situación. Es muy posible que tanto él como Varufakis crean todavía que Europa se eche atrás ante un referéndum o por lo menos les permita seguir negociando, es decir, engañando. Este tipo de individuos, después de haber mentido a los demás tanto tiempo, terminan engañándose a sí mismos. Sin descartarlo (en Europa y en Estados Unidos hay dirigentes a quienes tiemblan las piernas ante el cataclismo), es difícil imaginarlo. Las cosas han ido esta vez demasiado lejos o, dicho de otra manera, se puede engañar a uno una vez, pero no a todos siempre. ¿O sí? Depende de que los engañados se dejan engañar.

LA GRAN COALICIÓN
ISABEL SAN SEBASTIÁN
HACE tiempo que se viene hablando de ella en salones y despachos, pero nunca con tanta intensidad como ahora. Los resultados de los comicios municipales y autonómicos, unidos al augurio sostenido de las encuestas, alimentan la certeza de que las próximas elecciones generales no arrojarán mayorías suficientes, lo que obligará a los partidos a pactar. Y aquí es donde entra en juego el riesgo inherente a confundir los deseos con la realidad, incurriendo en el consiguiente error garrafal de diagnóstico, pronóstico y estrategia.
Los deseos de los grandes empresarios del país, sus más altas instituciones, una parte considerable de su «intelectualidad» sensata y otra no menor de la opinión publicada abonarían el campo para un acuerdo de Estado entre PP y PSOE, destinado a configurar un gobierno de «gran coalición» capaz de brindar la estabilidad necesaria para mantener a España en la senda del crecimiento económico, alejada de turbulencias como las que sacuden estos días a la Grecia de Alexis Tsipras. La realidad, basada tanto en la experiencia histórica como en los pactos suscritos por los socialistas con Podemos a raíz del 24-M en todos los ayuntamientos y comunidades donde la suma ha sido posible, con la única excepción de Andalucía, apunta en la dirección contraria. Presuponer a Pedro Sánchez un sentido de la responsabilidad más cercano al de Felipe González que al de José Luis Rodríguez Zapatero es negar una evidencia reflejada en sus hechos, más representativos incluso que sus palabras, con ser éstas suficientemente elocuentes: «Pactaremos con cualquiera excepto el PP y Bildu». ¿Qué hace pensar a quienes manejan los hilos de nuestras finanzas que esta disposición variará después de una cita electoral en la que Sánchez se juega no solo su liderazgo, sino la supervivencia del PSOE como referente de la izquierda, con la marca de Pablo Iglesias pisándole los talones?
Si todo sigue igual que hasta ahora; es decir, si nadie en la dirección del PP escucha el llamamiento que hacía ayer José María Aznar desde las páginas de ABC para acometer urgentemente «una rectificación enérgica, creíble y suficiente», ni los más optimistas escrutadores de vísceras próximos a la calle Génova consideran factible revalidar la mayoría absoluta, por mucho miedo que inspire el populismo a los electores conservadores. Lo razonable es asumir que se cumplirá el pronóstico de los sondeos, coherente con la tendencia marcada en las tres últimas convocatorias electorales, y los de Rajoy obtendrán una victoria por la mínima, claramente insuficiente para garantizarle el gobierno, incluso mediando el apoyo de Ciudadanos. Entonces, la suma de PSOE, Podemos y el resto de la izquierda más o menos radical, más o menos separatista, conformará una alianza unida en el empeño común de arrebatar el poder al centro derecha, sea cual sea el precio exigido para lograrlo. Posiblemente esa decisión suponga un suicidio para el socialismo a medio plazo, pero la contraria únicamente aceleraría su muerte. ¿Debería en tal caso un PP victorioso ofrecerse para apuntalar un gobierno minoritario de Sánchez, con tal de evitar lo peor? Es dudoso que la propuesta fuese aceptada (ahí está el ejemplo reciente de Madrid), aparte de que sería extremadamente difícil explicársela a unos votantes sobrados ya de motivos para sentirse estafados.
No habrá «gran coalición» después del otoño. Abandonen los soñadores esa esperanza. Si no se hace política antes, rápido y de la buena, habrá «frente popular».


EL VOTO FUNDADOR
DAVID GISTAU
EL PP no tiene garantizado el voto de Aznar. De hecho, debe recuperarlo. Si no el voto, al menos una disposición mejor que el «profundo mal humor» con el que lo concede a regañadientes según la expresión atribuida a una señora votante por el propio Aznar en la entrevista de Bieito Rubido y Montserrat Lluis en ABC. Que Aznar se esté pensando votar al PP puede sonar tan inquietante como la cólera de un dios menor ante las desviaciones de sus propios hijos, castigados con estatuas de sal y lluvias de sapos. Pero el tono de la entrevista sugiere un contexto menos dramático. Primero, porque Aznar no trata de agitar dentro del PP una nostalgia sebastianista que sea el preludio de alguna maniobra de restauración. No está fletando nada para salir de Elba.
Además, después de un largo silencio, ha elegido para expresarse un momento casi tardío, con el desastre electoral del 24-M ya digerido, con ciertas resignaciones del PP definitivamente enquistadas. En el PP, las reflexiones ya parecen todas autopsias del marianismo después de un desastre en las elecciones generales. No contienen hálito creador y además están abrumadas por el tiempo que se acaba, que parece el del condenado que escucha pronunciar en su galería la terrible apelación litúrgica de quien va hacia el cadalso: «Dead Man Walking». Que Aznar llega con cierto retraso se aprecia en que dice cosas muy parecidas a las que sostuvo con varios artículos Cayetana Álvarez de Toledo sin el auxilio de nadie en el ambiente monolítico y en un momento en que la presión era mayor y la infantería marianista acudía presta a sofocar al discrepante. Contra Aznar quiero verla ahora, por cierto, ya que por fin se ha puesto a decir las mismas cosas que hace un cuarto de hora te marcaban como traidor. Pero no llueven sapos porque Aznar se detiene justo antes de pedir un proceso interno de renovación, a pesar de que todo su diagnóstico no puede abocar sino a eso. Pero, claro, no en vísperas electorales: ahí sale la costumbre de aparato, la prioridad táctica.
Que el PP no tenga asegurado el voto de su fundador debería considerarse un síntoma de madurez y buena calidad de la militancia. Más, al menos, que la concesión innegociable e irreflexiva del voto que hacen, mientras agregan prebendas a su historial, comisarios profesionales como el de RTVE. El PP debería estar satisfecho por contar entre sus votantes a muchos con suficiente instinto moral como para retirar el voto si le estafan los principios. Que el PP actual es estéril se nota en que comprende esto y sólo es capaz de reaccionar traficando miserablemente en las esquinas con el miedo a la horda. En la búsqueda de un PP sin Rajoy, sin decepción y sin corrupción, el votante comete el autoengaño de detectar la derecha idealizada en Ciudadanos, y entonces trata de silenciar esa voz interior que le advierte de que no tiene ninguna garantía de que ese voto no lo use luego Rivera para investir a Schz. Esa paradoja tal vez sea la pirueta terminal del marianismo.


El expresidente, en ABCEl eco de la entrevista a Aznar marcó la agenda
El aviso lanzado por José María Aznar en la entrevista publicada ayer por ABC marcó la parrilla política del día. El expresidente rompía su silencio tras los malos resultados que el PP obtuvo en la cita electoral del 24-M, que finalmente han jibarizado el poder territorial con el que partía la formación popular. La «rectificación enérgica, creíble y suficiente» que reclama el fundador del partido, y el resto de los mensajes lanzados en estas páginas por el exjefe del Ejecutivo, seguramente supondrán un aldabonazo en Génova, cuya nueva organización habrá escuchado atentamente las «sugerencias» de quien refundó el partido a principios de los noventa. «No hay votos cautivos»... ni el suyo.


EL PODEMOS GRIEGO ABRE EL CORRALITO
Luis María ANSON
En solo unos meses, el Podemos griego ha abierto el corralito donde podría esfumarse la esperanza de prosperidad helena. Los bancos han cerrado y la bolsa se ha clausurado. La demagogia de la extrema izquierda suele conducir a la catástrofe. Grecia no puede pagar lo que debe y, en lugar de aceptar las condiciones de quienes en Europa pueden ayudar a la nación helena, ha adoptado una actitud de inaceptable chulería convocando un referéndum que respalde las tropelías del mal pagador.
Destacados analistas internacionales creen que el primer ministro Tsipras ha llegado a un acuerdo subterráneo con la Rusia de Putin y con la China de las copiosas reservas en dólares. Eso permitiría a Grecia abandonar la zona euro con las espaldas cubiertas, modificando su política internacional, con la estratégica posición geográfica que ocupa en oriente medio.
Estados Unidos ha reaccionado de forma fulminante y ha exigido a Angela Merkel fórmulas que mantengan a Grecia en la eurozona. La primera potencia del mundo no está dispuesta a aceptar que se altere el complicado equilibrio en Oriente Medio, comprometiendo aún más la situación de Israel.
Difícil vaticinar qué va a ocurrir, porque incluso los servicios norteamericanos de inteligencia no conocen con precisión los acuerdos de Tsipras en Moscú y Pekín, si es que los hay, porque no se puede descartar que el Podemos griego esté jugando de farol, a ver si los dirigentes europeos se arrugan y ceden.

En todo caso, el ciudadano heleno se ha encontrado al comenzar la semana con Bancos y Bolsa cerrados y con fuertes limitaciones para disponer de su propio dinero

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